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MUNDO, DEMONIO Y CARNE. 6l
guada: nadie quiere envejecer. Con una juven-
tud eterna , la tierra sería para el hombre el
verdadero paraíso.
— La eternidad ! — murmuró Baal con voz
.
. .
.
¡
sombría.
—Me parece (dijo Elias, mirándolo fijamente)
que has experimentado grandes contrariedades.
Descubro en tu rostro , de vez en cuando , ras-
gos oscuros de acerba tristeza. Tu vida ha de
haber sido muy borrascosa. Vamos , cuéntame
tu historia.
—Pueril curiosidad (le contestó). Mi historia
es la historia del género humano.
—Bien ; pero tú eres rico ; todo el aspecto de
tu persona revela opulencia ; veo brillar en tu
mano un diamante digno de la corona de un
rey. Dime á lo menos cómo has podido conquis-
tar los favores de la loca fortuna.
—No hay tal fortuna,— contestó Baal.
—¿No?
—No.
— ¿Qué hay, pues?
— Audacia y astucia.
—Hablas como un hombre que ha devorado
todas las esperanzas de la vida.
—Es posible ; pero , dime , ¿te queda á ti to-
davía alguna esperanza?
—Me queda una.
— ¿Guál?