Page 7 - revista discurso narativo
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laguna Estigia, las cual separa el reino de la luz del reino de las tinieblas y entonó un

                  canto tan triste y tan melodioso que conmovió al mismísimo Carón, el barquero encargado

                  de transportar las almas de los difuntos hasta la otra orilla y atravesó en la barca de

                  Carón las aguas que ningún ser vivo puede cruzar. Orfeo se presentó ante Plutón, dios
                  de las profundidades infernales y, acompañado de su lira, le suplico que resucitara a

                  Eurídice y que le permitiera llevarla con él, a cambio le prometía que cuando sus vidas

                  terminaran  regresarían  para  siempre.  Tanto  la  música  como  las  palabras  de  Orfeo

                  fueron  tan  conmovedoras  que  lograron  ablandar  el  corazón  de  Plutón,  quien,  por  un

                  instante, sintió que sus ojos se le humedecían. Gracias a eso, le concedió el don que

                  solicitaba, pero con una condición a lo que Orfeo le dijo que haría cualquier cosa que le

                  pidiera con tal de recuperar a su esposa. Así que Plutón, le dijo que Eurídice debía seguir
                  sus  pasos  hasta  que  abandonaran  el  inframundo.  Sólo  entonces  la  podía  mirar.  Si

                  intentaba verla antes de atravesar la laguna Estigia, la perdería para siempre. A lo que

                  acepto Orfeo e inicio el camino de regreso donde el silencio retumbaba en sus oídos, ni

                  el más mínimo ruido delataba la proximidad de su amada. Solo pasaba por su mente lo

                  que le había dicho Plutón: “Si intentas verla antes de atravesar la laguna de Estigia, la

                  perderás para siempre”. Al final del camino diviso la laguna Estigia y allí estaba Carón

                  con su barca ya faltaba poco para continuar con la felicidad en compañía de Eurídice.
                  Pero Orfeo dudó por un momento, giró la cabeza para comprobar si su amada le seguía.


                  Y en ese mismo instante vio cómo su amada se desvanecía como humo, inútilmente trato
                  de apresarla entre sus brazos y sumido en la desesperación gritaba su nombre. De nada

                  sirvió su llanto y sus suplicas de perdón a los dioses por ese instante de desconfianza.

                  Orfeo, en medio de su dolor, se retiró a una montaña donde pasó el resto de su vida sin

                  más compañía que su lira entonando melancólicos cantos compuestos en recuerdo de su

                  amada.
















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