Page 15 - Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural
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Y empezó a saltar de aquí para allá, echando hacia atrás la cabeza y riendo
en silencio. Pensé que el hombre estaba loco.
Mientras él bailaba su extraña danza, yo eché un vistazo alrededor. El
sendero no continuaba, sino que se detenía en el claro.
—Vamos —dije yo—, debemos continuar. ¿Es que no huele el olor rancio
a pelo que impregna este claro? Esto es un cubil de lobos. Puede que estén
rodeándonos y se deslicen sobre nosotros en estos momentos.
Cayó sobre las cuatro patas, saltó más alto que mi cabeza y vino hacia mí
con un extraño movimiento furtivo.
—Este baile es conocido como la Danza del Lobo —dijo, y mi vello se
erizó.
—¡Atrás!
Retrocedí, y con un chirrido que hizo estremecerse al eco, saltó hacia mí,
y aunque llevaba una espada al cinto no la sacó. Mi estoque estaba medio
fuera cuando me agarró el brazo y me tiró de bruces. Le arrastré conmigo y
ambos golpeamos el suelo juntos. Liberando una mano le arranqué la
máscara. Un alarido de horror brotó de mis labios. Ojos de animal refulgían
bajo la máscara, colmillos blancos relampagueaban bajo la luz de la luna. Era
el rostro de un lobo.
En un instante, tuve aquellos colmillos en el cuello. Manos con garras me
arrancaron la espada de los dedos. Golpeé aquel rostro horrible con los puños
cerrados, pero sus mandíbulas estaban hundidas en mis hombros, sus garras
destrozaban mi garganta. Caí de espaldas. El mundo se desvanecía. Golpeé a
ciegas. Mi mano cayó, y entonces se cerró automáticamente alrededor de la
empuñadura de mi daga, que había sido incapaz de alcanzar. La saqué y se la
clavé. Un bramido terrible y medio animal. Entonces, me puse en pie
tambaleante, libre. A mis pies yacía el hombre lobo.
Me agaché, levanté la daga, hice una pausa, miré hacia arriba. La luna se
acercaba a su cénit. Si mataba a la criatura en forma de hombre, su espantoso
espíritu me acosaría eternamente. Me senté a esperar. La criatura me
contemplaba con ojos centelleantes de lobo. Los largos y fibrosos miembros
parecieron encogerse, retorcerse; el pelo pareció crecer sobre ellos. Temiendo
la locura, tomé la espada de la criatura y la hice pedazos. Luego tiré la espada
y salí corriendo.
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