Page 17 - Ominosus: una recopilación lovecraftiana
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Esta es solo una expedición de exploración, el primer viaje desde que
llegó al pueblo. Ha tardado cinco días en encontrar un pescador dispuesto a
llevarlo; los lugareños son supersticiosos con respecto a los shoggoths. Muy
sensatos, piensa Harding, teniendo en cuenta que pueden envolver y digerir a
un humano adulto. Él tampoco se daría ninguna prisa por zambullirse en el
interior de un animal como la carabela portuguesa. Al menos, el shoggoth al
que se está acercando a hurtadillas no tiene filamentos urticantes.
—No se entretenga demasiado, profesor —dice el pescador—. No me
gusta la pinta que tiene el cielo.
El cielo está despejado casi por completo y únicamente se ve salpicado
por unas finas capas de nubes hacia el suroeste cuya parte inferior está
iluminada por el sol, manchadas de oro contra un cielo que ya no es añil, pero
todavía no es cerúleo. Si existe otra palabra aparte de «perfecto» para definir
ese color intermedio, Harding no la conoce.
—Por favor, lánceme el resto del material —dice Harding, y el pescador
recoge los cubos y la cuerda en silencio. No es difícil lanzar los cubos y
salvar la distancia que separa a los dos hombres. Cada vez que Harding
recoge un cubo, lo asegura con la cuerda. Unos minutos después ya tiene los
tres.
Desata su martillo de geólogo del primer cubo, se ata los extremos de la
cuerda al cinturón y, laboriosamente, comienza a trepar.
Saca los tubos de vidrio, las palas de cristal y las bateas donde piensa
lavar los tubos con agua de mar para asegurarse de que cualquier ácido se
diluye antes de subirlos al Bluebird.
Desde allí puede ver al menos tres shoggoths. Las intersecciones de sus
cuerpos lechosos reflejan la luz en franjas multicolores. Los vistosos tallos
con sus frutos cabecean a unos cinco metros de altura, mecidos por la brisa.
Intentando acercarse lo menos posible, Harding estira un brazo y da un
golpecito al shoggoth más grande con la parte plana del martillo. El shoggoth
ni se inmuta. Ni siquiera tiembla.
—¿Alguna vez hacen algo cuando están en este estado? —le grita al
pescador.
—¿Quién sería tan estúpido como para venir a darle un golpe para
comprobarlo? —le contesta el pescador a gritos, y Harding se ve incapaz de
discutírselo. Un profesor negro de una universidad negra. Alguien estúpido
como él.
Mientras está agachado sobre las rocas, trabajando todo lo rápido que
puede —no solo por las nubes a las que se refería el pescador, sino también
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