Page 143 - La sangre manda
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quinta planta del Edificio Frederick) permanezca vacía de tres a cuatro. Como
ella es la jefa —algo que todavía le cuesta asumir—, no le resulta muy difícil.
Hoy Pete Huntley, su socio en el negocio desde la muerte de Bill Hodges,
ha salido a visitar varios refugios para sintecho de la ciudad en busca de una
chica fugada. Jerome Robinson, que se ha tomado un año libre de Harvard
para tratar de convertir en libro un trabajo de sociología de cuarenta páginas,
también colabora con Finders Keepers, aunque solo a tiempo parcial. Esta
tarde ha ido al sur de la ciudad en busca de un golden retriever secuestrado,
Lucky, que quizá hayan abandonado en una perrera de Youngstown, Akron o
Canton cuando sus dueños se han negado a pagar el rescate de diez mil
dólares que les exigían. Naturalmente, puede que hayan soltado al perro en el
monte en Ohio —o que lo hayan matado—, pero puede que no. El nombre del
perro, Lucky, «afortunado», es un buen augurio, ha comentado Holly a
Jerome. Ha añadido que daba pie a la esperanza.
—La esperanza de Holly —ha dicho Jerome, sonriente.
—Exacto —ha contestado ella—. Ahora ve, Jerome. Tráelo.
Es muy probable que se quede sola hasta el momento de cerrar, pero la
hora que de verdad le importa es entre las tres y las cuatro. Con un ojo puesto
en el reloj, escribe un e-mail muy seco a Andrew Edwards, un cliente que
estaba preocupado por la posibilidad de que su socio intentara ocultarle
activos de la empresa. Resulta que sus sospechas eran infundadas, pero
Finders ha llevado a cabo el trabajo y necesita cobrarlo. «Esta es la tercera
vez que le remitimos la factura. Tenga la bondad de efectuar el pago para que
no nos veamos obligados a poner este asunto en manos de una agencia de
morosos», escribe Holly.
Holly es consciente de que puede ser mucho más enérgica cuando escribe
en primera persona del plural, no en singular. Está trabajando esa cuestión,
pero, como su abuelo se complacía en decir, «Roma no se construyó en un
día, y Filadelfia, tampoco».
Envía el e-mail —zum— y apaga el ordenador. Echa una ojeada al reloj.
Faltan siete minutos para las tres. Va a la pequeña nevera y saca una lata de
Pepsi Light. La coloca en uno de los posavasos que regala la empresa
(USTED LO PIERDE, NOSOTROS LO ENCONTRAMOS, USTED GANA)
y luego abre el cajón superior izquierdo de su escritorio. Ahí, oculta bajo una
pila de papeles sin valor, guarda una bolsa de Snickers Bites. Saca seis
chocolatinas, una por cada pausa publicitaria del programa, las desenvuelve y
las pone en fila.
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