Page 156 - La sangre manda
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Él no se molesta en aparentar falsa modestia y vergüenza; Holly le da
puntos por ello. Mantiene la actitud de periodista profesional. «Así es,
Andrea. He oído los gemidos de uno y he visto al otro. Una niña y un niño. Sé
cómo se llama el niño, Norman Fredericks. La niña… —Se humedece los
labios. Le tiembla el micrófono en la mano, y Holly cree que no es solo por el
frío—. La niña estaba muy mal. Estaba… llamando a su madre».
Andrea Mitchell parece afectada. «Chet, qué horror».
En efecto lo es. Un horror insoportable para Holly. Coge el mando a
distancia, quita el sonido —ya conoce los datos destacados, más de los que
necesita— y a continuación vacila. Es el bolsillo roto lo que mira. Quizá se le
ha roto mientras buscaba a las víctimas, pero si Ondowsky es judío, tal vez lo
haya hecho adrede. Podría haber sido keriah, el acto de rasgarse las vestiduras
después de una muerte y la muestra simbólica de un corazón herido. Supone
que a eso se debe realmente el bolsillo roto. Es lo que quiere creer.
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El insomnio que esperaba no se produce; a Holly la vence el sueño en
cuestión de minutos. Tal vez llorar con Jerome le haya permitido expulsar
parte del veneno inoculado por la noticia de Pennsylvania. Ofrecer consuelo y
recibirlo. Mientras se adormece, piensa que debería hablar de eso con Allie
Winters en la siguiente sesión.
Despierta en algún momento de la madrugada del 9 de diciembre
pensando en el corresponsal, Ondowsky. En algún detalle… ¿Qué era? ¿Lo
cansado que se lo veía? ¿Los rasguños y el polvo de ladrillo en las manos?
¿El bolsillo roto?
Eso, piensa. Eso debe de ser. Quizá he soñado con eso.
Musita brevemente, a oscuras, una especie de oración.
—Te echo de menos, Bill. Tomo mi Lexapro y no fumo.
Luego se duerme y no despierta hasta que suena el despertador a las seis
de la mañana.
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