Page 144 - En nombre del amor
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NICHOLAS SPARKS En Nombre del Amor
el jardín para que ella pudiera sentarse a leer y solazarse con la relajante panorámica del sol reflejándose en el agua. El enseñó a sus hijas esquí náutico y wakeboard cuando cada una de ellas cumplió cinco años; hizo de entrenador en sus equipos de fútbol en otoño. En las pocas ocasiones en que él se paraba a reflexionar sobre su vida, se preguntaba si había alguien en el mundo entero que se sintiera tan afortunado como él.
Y no era que todo fuera perfecto. Unos años antes, él y Gabby habían atravesado una etapa difícil. Los motivos le parecían ridículos ahora, con el efecto balsámico del paso del tiempo, pero incluso en aquellos momentos, nunca hubo un instante en que él verdaderamente pensara que su matrimonio estaba en peligro. Y tenía la impresión de que Gabby pensaba igual. De una forma intuitiva, cada uno de ellos había llegado a la conclusión de que el matrimonio consistía en un compromiso y también en saber perdonar. Se trataba de hallar un equilibrio, en el que una persona complementaba a la otra. El y Gabby habían gozado de ese estado durante años, y Travis deseaba que pudieran volver a tenerlo. Pero en esos momentos no era así. Deseaba hallar cualquier posibilidad para restablecer aquel delicado equilibrio que hubo entre los dos.
Travis sabía que no podía demorar la espera por más tiempo, y se levantó de la silla. Sosteniendo las flores, empezó a recorrer el pasillo, sintiéndose casi incorpóreo. Vio que varias enfermeras lo miraban, y a pesar de que a veces se cuestionaba qué debían pensar, nunca lo había considerado detenidamente. En vez de eso, reunió coraje. Le temblaban las piernas y podía notar el inicio de un dolor de cabeza, unas incipientes punzadas justo sobre la nuca. Sabía que si cerraba los ojos, podría dormir durante horas. Se sentía completamente exhausto, lo cual carecía de sentido. Tenía cuarenta y tres años, y no setenta y tres, y a pesar de que últimamente comía muy poco, todavía se imponía a sí mismo la obligación de ir al gimnasio: «No puedes dejar de hacer ejercicio —insistía su padre—, porque si no, acabarás por volverte loco». Había perdido ocho kilos en las últimas doce semanas, y en el espejo podía ver que se le habían hundido las mejillas. Agarró el tirador de la puerta y la abrió, y al verla, esbozó una sonrisa forzada.
—Hola, cielo.
Travis esperó a que ella se moviera, esperó ver cualquier señal que le confirmara que las cosas estaban volviendo a la normalidad. Pero no pasó nada, y en el largo y vacío silencio que siguió, sintió una intensa punzada de sufrimiento en el corazón, como un dolor físico. Siempre sucedía lo mismo. Entró en la habitación y continuó con los ojos fijos en Gabby, como si intentara memorizar todos sus rasgos, a pesar de que sabía que era un ejercicio infructuoso. Conocía aquella cara mejor que la suya propia.
Avanzó hasta la ventana y subió la persiana para permitir que la luz del sol se extendiera por la estancia. La vista no era muy interesante; la habitación daba a una autovía que partía el pueblo en dos. Los coches pasaban despacio por delante de los restaurantes de comida rápida, y Travis se imaginó a los conductores escuchando música o la radio, o hablando por el teléfono móvil, o dirigiéndose al trabajo, o realizando encargos, o simplemente dando una vuelta, o de camino a casa de algún amigo. Personas que seguían su rutina, personas sumidas en sus propias preocupaciones, todas ellas ajenas a lo que sucedía dentro de las paredes de aquel hospital. Una vez él había sido una de esas personas, y sintió pena por no haber valorado más su vida previa.
Depositó las flores en la repisa de la ventana, y se arrepintió de no haberse acordado de traer un jarrón. Había elegido un ramo de flores de invierno, y los colores naranja tostado y violeta
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