Page 145 - En nombre del amor
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NICHOLAS SPARKS En Nombre del Amor
parecían apagados, casi melancólicos. El florista se consideraba a sí mismo un artista con grandes dotes de creación, y en todos los años que Travis había recurrido a él, jamás había salido decepcionado de la floristería. El florista era un buen hombre, un tipo afable, y a veces Travis se preguntaba cuántos detalles sabía sobre su matrimonio. En el transcurso de los años, había comprado ramos de flores para cumpleaños y aniversarios; también para pedir disculpas o simplemente movido por un impulso, como una sorpresa romántica. Cada vez, le había dictado al florista lo que quería que escribiera en la tarjeta. A veces había recitado un poema que había encontrado en un libro o que había escrito él mismo; otras veces, se había plantado delante del mostrador y simplemente había soltado lo que le pasaba por la mente. Gabby guardaba todas aquellas tarjetas en una pequeña pila, atadas con una goma. Constituían en cierto modo la historia de la vida de Travis y Gabby juntos, descrita en pequeños trozos de papel.
Se sentó en la silla junto a la cama y le cogió la mano. Ella tenía la piel pálida, casi como la cera, su cuerpo parecía más pequeño, y se fijó en las finísimas líneas que se le habían empezado a formar en las comisuras de los ojos. Sin embargo, seguía pareciéndole tan especial como la primera vez que la vio. Se sorprendía al pensar que hacía casi once años que la conocía. No porque fuera mucho tiempo, sino porque aquellos años parecían contener más... «vida» que los primeros treinta y dos años sin ella. Ese era el motivo por el que había ido al hospital ese día; era la razón por la que iba al hospital cada día. Era la única decisión viable. Y no porque fuera lo que se suponía que tenía que hacer —a pesar de que eso también era cierto—, sino porque no podía imaginarse pasar el día en ningún otro sitio. Pasaban muchas horas juntos, pero por la noche dormían separados. Irónicamente, no le quedaba más remedio, porque no podía dejar a sus hijas solas. Aquellos días, el destino se encargaba de tomar todas las decisiones por él.
Salvo una.
Habían transcurrido ochenta y cuatro días desde el accidente y había llegado el momento de tomar una decisión.
Todavía no tenía ni idea de lo que iba a hacer. Últimamente había estado buscando la respuesta en la Biblia y en los escritos de santo Tomás de Aquino y san Agustín. A veces, encontraba un pasaje que lo conmovía, pero nada más que eso; cerraba la tapa del libro y se quedaba con la vista perdida en la ventana, con la mente en blanco, como si esperase encontrar la solución en algún punto del cielo.
Casi nunca regresaba a casa directamente desde el hospital. En vez de eso, conducía hasta el otro lado del puente y luego paseaba por las playas de Atlantic Beach. Se quitaba los zapatos y escuchaba el ruido de las olas al estrellarse contra la orilla. Sabía que sus hijas estaban tan afligidas como él y, después de sus visitas al hospital, necesitaba tiempo para recomponerse. Sería injusto someterlas a su estado de desesperación. Para Travis sus hijas eran una válvula de escape necesaria. Cuando se centraba en ellas, no pensaba en sí mismo, y la alegría de sus hijas todavía rezumaba una pureza no adulterada. Todavía tenían la habilidad de concentrar todas sus energías en el juego, y el sonido de sus risitas conseguía que Travis deseara reír y llorar al mismo tiempo. A veces, mientras las observaba, se quedaba sorprendido de lo mucho que se parecían a su madre.
Siempre le preguntaban por ella, pero normalmente él no sabía qué contestarles. Eran lo bastante maduras como para comprender que su mami no estaba bien y que tenía que quedarse en el hospital; lo comprendían cuando cada vez que iban a visitarla veían que mami estaba dormida. Pero Travis no conseguía reunir las fuerzas necesarias para confesarles la verdad. En vez de eso, se acurrucaba con ellas en el sofá y les contaba con qué ilusión había vivido Gabby los dos
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