Page 151 - En nombre del amor
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NICHOLAS SPARKS En Nombre del Amor
sentía un hormigueo en los pies realmente molesto. Llevaba zapatos con cordones y los nudos se habían endurecido a causa de la humedad, así que por más que intentaba desatarlos para librarse de los zapatos empapados, el dedo de un pie resbalaba en el talón del otro pie. Se inclinó hacia delante, y quedó con la vista a escasos centímetros por encima del tablero, buscando con la mano uno de los zapatos. Apartó la vista de la carretera para mirar hacia abajo y mientras intentaba desatarse el nudo no vio que la luz del semáforo se ponía en ámbar.
No conseguía desatar el nudo. Cuando finalmente lo logró, alzó los ojos, pero ya era demasiado tarde. La luz se había puesto roja, y una furgoneta plateada estaba entrando en la intersección. Instintivamente, pisó el freno, pero la cola del coche empezó a derrapar en la carretera resbaladiza por culpa de la lluvia. Perdió el control del automóvil. En el último instante, las ruedas reaccionaron y evitó chocar contra la furgoneta en la intersección, pero continuó patinando hacia la curva; el coche se salió de la autovía, y fue hacia los pinos.
A Gabby ni tan sólo le dio tiempo a gritar.
Travis apartó un mechón de la cara de Gabby y se lo puso detrás de la oreja; oyó que su propio estómago rugía de hambre. A pesar de que estaba hambriento, no podía pensar en comer. Su estómago estaba constantemente agarrotado, y en los poquísimos momentos en los que no lo estaba, la imagen de Gabby llegaba precipitadamente para llenar el espacio vacío.
Era una forma irónica de castigarlo, ya que durante el segundo año de casados, Gabby se había tomado la molestia de enseñar a Travis a comer otras cosas que la comida suave que durante tanto tiempo había constituido su base alimentaria. Travis suponía que eso había sucedido porque ella se había cansado de sus gustos tan limitados. Debería haberse dado cuenta de los cambios que se avecinaban cuando ella empezó a soltar algún que otro comentario oportuno acerca de las insípidas tortitas que tomaban los sábados por la mañana o de que nada resultaba más satisfactorio en los fríos días de invierno que un buen estofado de ternera casero.
Hasta ese momento, él había sido el cocinero de la familia, pero poco a poco ella empezó a abrirse paso en la cocina. Compró dos o tres libros de cocina; por las noches, Travis veía que se tumbaba en el sofá y que de vez en cuando doblaba la esquina de alguna página. A veces ella le preguntaba si no le parecía que una receta en particular era particularmente apetitosa. Previamente le había leído en voz alta los ingredientes del jambalaya cajún o del marsala de ternera y, a pesar de que Travis le aseguraba que sí que tenía buena pinta, el tono de su voz denotaba obviamente que aunque ella preparase esos platos, él probablemente no los probaría.
Sin embargo, a Gabby nadie la ganaba en tenacidad, así que de todos modos empezó a aplicar una serie de pequeños cambios. Preparaba salsas con mantequilla o nata o vino y regaba con ellas su propia porción de pollo que él preparaba casi cada noche. Su única petición era que como mínimo lo oliera y habitualmente él tenía que admitir que el aroma era tentador. Más adelante, Gabby se acostumbró a dejar una pequeña cantidad en la bandeja, y después de servirse ella misma, simplemente añadía un poco al plato de Travis, tanto si él quería como si no. Él mismo se quedó sorprendido al ver que poco a poco iba aceptando los nuevos sabores.
En su tercer aniversario de boda, Gabby preparó un pastel de carne al estilo italiano, relleno de mozzarella; como regalo de aniversario, Gabby le pidió que comiera un poco con ella; en su cuarto aniversario, a veces ya cocinaban juntos. A pesar de que su desayuno y su almuerzo eran tan aburridos como siempre y que la mayoría de las noches sus cenas eran tan suaves como de
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