Page 154 - En nombre del amor
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NICHOLAS SPARKS En Nombre del Amor
dosel, Gabby se giró hacia Travis con una expresión de absoluta felicidad y con una voz que era casi un susurro le dijo:
—Este lugar, contigo a mi lado, es donde siempre quiero estar.
Últimamente sus hijas estaban atravesando una fase difícil, a pesar de que Travis no se lo había mencionado a Gabby.
No era sorprendente, por supuesto, pero en la mayoría de las ocasiones, Travis no sabía qué hacer. Christine le había preguntado en más de una ocasión si mami regresaría a casa y, aunque él le había asegurado que sí, la niña lo miraba con cara insegura, probablemente porque Travis no estaba seguro de si él mismo lo creía. Los niños eran muy sensibles a esa clase de situaciones y, a los ocho años, su hija había llegado a una edad en la que sabía que el mundo no era tan simple como había imaginado cuando era más pequeña.
Era una niña adorable con unos enormes ojos azules a la que le encantaba lucir cintas en el pelo. Siempre ponía esmero en que su habitación estuviera limpia y ordenada y no quería ponerse ropa que no fuera de conjunto. No pillaba rabietas cuando las cosas no salían bien; en vez de eso, era la clase de niña que ordenaba sus juguetes o elegía un par de zapatos nuevos. Pero desde el accidente se frustraba con facilidad, y las rabietas se habían convertido ahora en la norma general. Su familia, incluida Stephanie, le había recomendado que la llevara a un psicólogo y, tanto Christine como Lisa iban dos veces por semana, pero las rabietas parecían ir a peor. Y la noche previa, cuando Christine se acostó, la habitación estaba completamente desordenada.
Lisa, que siempre había sido bajita para su edad, tenía el pelo del mismo color que Gabby y una disposición generalmente alegre y pizpireta. Tenía una mantita que llevaba a todas partes y seguía a Christine por toda la casa como si fuera su perrito faldero. Pegaba adhesivos en todas sus carpetas y normalmente siempre llevaba a casa los trabajos que realizaban en la escuela con notas de la profesora felicitándola por lo bien que lo había hecho. Sin embargo, hacía bastante tiempo que lloraba cada vez que se iba a dormir. Desde el piso inferior, Travis podía oírla llorar a través del monitor y tenía que pellizcarse el puente de la nariz varias veces para evitar ponerse él también a llorar. En esas noches, subía las escaleras para ir a la habitación de sus hijas —desde el accidente, otro cambio era que ahora querían dormir en la misma habitación— y Travis se tumbaba a su lado, acariciándole el pelo mientras oía cómo ella susurraba: «Quiero estar con mamá» una y otra vez, las palabras más tristes que Travis jamás había oído. Con un nudo en la garganta que le impedía hablar, a duras penas le contestaba: «Lo sé. Yo también».
No podía empezar a usurpar el sitio de Gabby, y no lo intentó; lo que eso dejó, sin embargo, fue un agujero que Gabby ocupaba, una sensación de vacío que él no sabía cómo llenar. Al igual que la mayoría de los padres, cada uno de ellos había ido perfilando unos dominios de experiencia en lo que concernía al cuidado de sus hijos. Travis ahora se daba cuenta de que Gabby había asumido una mayor parte de responsabilidad que él. Había muchas cosas que él no sabía cómo hacer, cosas que a Gabby probablemente le parecían muy fáciles. Pequeñas cosas. Podía peinar a sus hijas, pero cuando tenía que hacerles trenzas, no conseguía hacerlas bien. No sabía a qué clase de yogur se refería Lisa cuando le decía que quería «el del plátano azul». Cuando se resfriaban, se quedaba de pie indeciso plantado delante del mostrador de la farmacia sin saber qué jarabe para la tos debía pedir. Christine nunca se ponía la ropa que él le elegía. Y no tenía ni idea de que a Lisa le gustara llevar zapatos de charol los viernes. Cayó en la cuenta de que, antes del accidente, ni tan
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