Page 155 - En nombre del amor
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NICHOLAS SPARKS En Nombre del Amor
sólo sabía el nombre de sus maestras ni tampoco dónde estaban exactamente ubicadas sus clases en el edificio de la escuela.
Las Navidades fueron lo peor, ya que siempre habían sido las fiestas favoritas de Gabby. Le encantaba todo lo relacionado con la Navidad: elegir el árbol, decorarlo, hornear galletas e incluso realizar todas las compras. Normalmente Travis se quedaba sorprendido al ver la capacidad de su esposa por mantener el buen humor mientras se abría paso entre el hervidero frenético de gente que inundaba los centros comerciales, pero, por la noche, después de que las niñas se hubieran ido a dormir, ella sacaba sigilosamente los regalos con una risita y una satisfacción propias de una colegiala y los dos juntos envolvían todas las cosas que había comprado. Más tarde, Travis escondía los paquetes en la buhardilla.
En cambio, las últimas Navidades no habían sido alegres. Travis se había esforzado todo lo que había podido, procurando animar el ambiente cuando era evidente que no había alegría. Intentó hacer todo lo que Gabby hacía, pero el esfuerzo de mantener un semblante feliz resultaba agotador, especialmente porque ni Christine ni Lisa se lo ponían fácil. No era culpa de ellas, pero lo cierto era que Travis no sabía cómo responder cuando en la primera línea de la carta para Papá Noel leyó la petición de que mamá se pusiera buena. Tampoco era que pudiera reemplazarla por una Nintendo DS o por una casa de muñecas.
En las últimas dos semanas, las cosas habían mejorado. Por lo menos un poco. Christine todavía pillaba sus rabietas y Lisa seguía llorando por las noches, pero se habían adaptado a la vida en la casa sin mami. Cuando llegaban a casa después de la escuela, ya no la llamaban; cuando caían y se arañaban los codos, automáticamente recurrían a él para que les pusiera una tirita. En un dibujo de la familia que Lisa dibujó en la escuela, Travis sólo vio tres imágenes; se le cortó la respiración al ver que había otra imagen horizontal en una esquina, una que parecía añadida como en el último momento. Dejaron de preguntar por mamá con tanta insistencia y ya casi no iban a visitarla. Les resultaba muy duro ir al hospital, porque no sabían qué decir ni cómo comportarse. Travis lo comprendía e intentaba allanar el terreno.
—Sólo tenéis que hablarle —les decía, y ellas lo intentaban, pero pronto se quedaban sin palabras al ver que no recibían ninguna respuesta.
Normalmente, cuando iban a verla, Travis hacía que le llevaran cosas —piedras bonitas que habían encontrado en el jardín, hojas de los árboles que habían pegado en un trozo de papel, tarjetas hechas a mano y decoradas con purpurina—. Pero incluso el acto de llevarle regalos no se libraba del peso de la incertidumbre. Lisa depositaba el regalo sobre la barriga de Gabby y retrocedía; un momento más tarde, lo colocaba en la mano de Gabby para, al cabo de un rato, recogerlo y dejarlo en la mesita. Christine, por otro lado, no paraba de moverse inquieta. Se sentaba en la cama y luego se acercaba a la ventana, escrutaba atentamente la cara de su madre y, en todas las ocasiones en que lo hacía, jamás decía ni una sola palabra.
—¿Qué has hecho hoy en la escuela? —le preguntó Travis la última vez que su hija estuvo allí—. Estoy seguro de que a mamá le gustará oírlo.
En lugar de contestar, Christine se giró hacia él.
—¿Por qué? —preguntó, con un tono de tristeza desafiante—. Sabes que no puede oírme.
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