Page 38 - En nombre del amor
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NICHOLAS SPARKS En Nombre del Amor
rompían era casi siempre por mutuo acuerdo, como la mecha de una vela que se apaga suavemente en vez del aparatoso estallido de los fuegos artificiales. Se consideraba amigo de cada una de sus ex novias —incluyendo a Mónica, la última— y creía que ellas opinaban lo mismo acerca de él. Lo que pasaba simplemente es que no era la media naranja para ninguna de ellas, y ellas tampoco lo eran para él. Había sido testigo de cómo tres de sus ex novias se casaban con unos tipos fantásticos, e incluso lo habían invitado a las tres bodas. Casi nunca pensaba en la posibilidad de encontrar a «su alma gemela» o a alguien con quien quisiera «pasar el resto de su vida», pero en las pocas ocasiones en que pensaba en ello, siempre acababa imaginando a una mujer que compartiera las mismas aficiones al aire libre que tanto le apasionaban. La vida era para vivirla, ¿o no? Por supuesto, todo el mundo tenía responsabilidades, y él aceptaba las suyas sin rechistar. Disfrutaba con su trabajo, ganaba suficiente dinero para vivir desahogadamente, tenía una casa y pagaba las facturas sin demora, pero no anhelaba una vida vacía, sin nada más que esas obligaciones. Deseaba experimentar la vida. O, mejor dicho: «necesitaba» experimentar la vida.
Siempre había sido así, por lo menos desde que tenía uso de razón. Como estudiante, Travis había sido organizado y aplicado, y siempre había sacado buenas notas sin dejarse la piel. Normalmente solía conformarse con un notable en vez de un excelente, lo cual sacaba a su madre de sus casillas. «Imagínate las notas que sacarías si estudiaras más», le repetía cada vez que llevaba las notas a casa. Pero la escuela no lo seducía de la misma forma que montar en bicicleta a una velocidad vertiginosa o hacer surf en las playas de Outer Banks. Mientras otros niños opinaban que sólo el baloncesto o el fútbol estaban a la altura de poder considerarse deportes, él soñaba con la sensación de mantenerse suspendido en el aire con su motocicleta después de lanzarse por una rampa de tierra o con el subidón de adrenalina que sentía cuando aterrizaba sin ningún rasguño. De niño le encantaban los deportes de riesgo, incluso antes de que existiera tal concepto, y a los treinta y dos años estaba seguro de que los había probado prácticamente todos.
En la distancia, divisó unos caballos salvajes congregándose cerca de las dunas de Shackleford Banks, y mientras los observaba, sacó su bocadillo. Pan de centeno con unas lonchas de pavo y mostaza, una manzana y una botella de agua; casi cada día comía lo mismo, después de devorar el mismo desayuno a base de copos de avena, huevos revueltos con leche y un plátano. Así como su cuerpo le exigía su dosis periódica de adrenalina, su dieta no podía ser más aburrida. Sus amigos se maravillaban de su autocontrol, pero lo que no sabían era que esa rigidez tenía más que ver con su paladar limitado que con la disciplina. Cuando tenía diez años, lo obligaron a acabarse un plato de pasta china remojada en salsa de jengibre, y se pasó casi toda la noche vomitando. Desde entonces, el más leve olor a jengibre le revolvía el estómago, y su paladar ya nunca volvió a ser el mismo. En general era poco aventurero con la comida, se inclinaba por lo predecible y sencillo, en vez de por cualquier cosa con un aroma exótico; además, gradualmente, a medida que se hacía mayor, había ido apartándose de la comida basura. Ahora, después de más de veinte años, le daba demasiado miedo cambiar.
Mientras comía el bocadillo —predecible y sencillo— se sorprendió al pensar en la dirección que habían tomado sus pensamientos. No era propio de él. Normalmente no mostraba ninguna tendencia hacia las reflexiones profundas. (Otra causa del inevitable apagón suave en sus relaciones, según María, su ex novia de hacía seis años.) En general se lo tomaba todo con calma, haciendo lo que necesariamente tenía que hacer y pensando en modos de disfrutar del resto de su tiempo libre. Ese era uno de los puntos positivos de estar soltero: podía hacer más o menos lo que quisiera, cuando quisiera, y la introspección era sólo una opción.
Escaneado por PRETENDER – Corregido por Isabel Luna Página 38


































































































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