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La trágica noche de Santacruz                            323



            estaba sucia, caótica, desordenada, vendedores ambulantes copaban las
            calles, el caos vehicular era más que evidente. Visitó la tumba de su
            madre solamente, el abismo que se abrió por la relación con su padre
            se hizo más profundo, no preguntó a sus tres hermanos cuál era su
            tumba, simplemente se alejó del cementerio sin mirar atrás, sin derramar
            una lágrima. Al siguiente día, visitó la tumba de Euclides Santacruz Pié-
            rola, rezó mucho y dejó un ramo de flores blancas y allí mismo recordó
            lo feliz que fue junto al diputado de Arenal.

            Ella estaba convencida que él fue fiel a la frase de su padre, fue muy
            confiado, le faltó una buena dosis de desconfianza con las personas que
            le rodearon hasta el día de su muerte.  El camposanto estaba alejado de
            la ciudad, era para ella un lugar lejano, triste. Por la ruta de la Doble
            Vía a Cotoca vio un intenso tráfico de motorizados que iban y venían,
            todos los ocupantes de esos vehículos ajenos a su dolor miraban y se
            alejaban. Por esa ruta llegó una mañana de enero de 1990 el amor de su
            vida en busca de su destino, tenía una meta y no pudo alcanzarla. Ale-
            jandra mira el cielo límpido hasta la más remota lejanía, piensa que es
            otro cielo, de otras ciudades, de otros pueblos que ella nunca conocerá,
            y que sus habitantes tampoco nunca conocerán esta triste historia. Es-
            cucha un murmullo de voces que van y vienen, voces de adioses de
            amores y desamores que una vez soñaron juntos con el paraíso, en esos
            murmullos ella intentó reconocer la voz de Euclides que la llamaba
            desde muy lejos, de más allá de la remota lejanía, le hablaba con una
            voz que le recordaba que una vez dos manos se unieron para siempre
            como dos almas, la noche que se besaron en la plazuela Blacutt.

            Pero, irremediablemente, Euclides está muy lejos, muy lejos. Alejandra
            intentó hablar, pero se le quebró la voz al recordar al diputado de Arenal,
            sabe que él la recuerda desde su tumba. Esa noche, Alejandra en su
            sueño recapituló todos los momentos felices que pasó junto al diputado
            de Arenal, vio en sus sueños desde el momento que lo conoció, cómo
            el amor de su vida comenzó a labrar su destino en las campañas para
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