Page 36 - LIBRO SANTACRUZ
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          sus verdugos. No mire atrás, siga pensando que próximamente usted
          será el presidente de la república. Usted tendrá que enfrentar un sin-
          números de problemas que tiene el país.

          Fue cuando Euclides tuvo otra vez la visión de los hechos. “Estoy en
          un callejón sin salida, atacado por todos lados, no tengo noticias de
          Alejandra, debo confiar todo a alguien antes que sea demasiado tarde.
          Debo cambiar de conducta, yo tengo que superar mis temores, de-
          rrotarlos. Mi tía Encarnación es la persona perfecta. Una vez en el
          poder tendré que enfrentarme a los cocaleros, a los vendedores de
          ropa usada, a los agropecuarios, a los mineros, al sector salud, a los
          maestros, a los sindicatos agrarios, a los avasalladores, al narcotrá-
          fico, a contrabandistas, a loteadores, abigeatistas, vendedores ambu-
          lantes, la corrupción generalizada. Dios mío, aquí hay más problemas
          que soluciones. Ahora estoy arrepentido por no confiar más en los
          demás. No confié en nadie, fue el secreto mejor guardado, esto del
          neuroticismo”.

          Finalmente, la doctora Obregón le advirtió, fue al grano:

          -Las consecuencias que tiene esta enfermedad en la vida de quienes
          les rodean son nefastas, el principal y quizá más peligroso senti-
          miento que siembra el neuroticismo es la incapacitación, desmontar
          los sueños, inseguridad, etc., en fin, no permite prosperar a las per-
          sonas que tiene a su lado. No lo olvide, hoy es 2 de mayo, falta un
          mes para su triunfo electoral, ese día será el más feliz de su vida y
          muchos de sus temores se habrán disipado. Éxitos.

          El candidato presidencial abandonó el lugar y se marchó con la ca-
          beza llena de dudas. Pero en fin, no era dramática la cosa, no era letal
          la enfermedad que lo aquejaba. La tarde tibia le devolvió los ánimos,
          había llovido toda la mañana en la Ciudad de los Anillos. A esa hora
          todo le pareció hermoso a Euclides Santacruz, una red de nubes blan-
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