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Reseñas


                  por los años. Habrá que aceptar entonces que todo lo escrito es solo para arribar al
                  Poema, que suele aparecer una vez luego de infatigables noches de desvelo. Si es
                  asida en ese momento, la tarea ha sido cumplida.
                                                                                Wilmer Basilio Ventura


                                                     Ramírez  Ávila,  Gerson.  Cenaremos en Madrid
                                                     (2. edición). Trujillo: Papel de Viento Editores,
                                                        a
                                                     2017; 108 pp.
                                                        Dedicado al magisterio en educación superior,
                                                     Gerson Ramírez Ávila (Laredo, 1969) tiene entre
                                                     sus publicaciones Los intrusos, El oráculo de Difanto,
                                                     Cuentos de la campiña y Filomeno, el oso guardián.
                                                        Cenaremos en Madrid es un conjunto de dieciséis
                                                     cuentos cortos que como un ventarrón arrastran
                                                     al lector por un mundo que oscila entre la urbe
                                                     y la campiña. Cada relato es una ventana abierta

                                                     a  una  nueva  historia,  un  salto  hacia  un  final
                                                     insospechable que nos produce un desgarramiento
                                                     punzante  porque resulta inevitable  que nos
                                                     identifiquemos  con  el  destino  de  los  personajes,

                                                     quienes están diseñados con una irresistible fuerza
                                                     gravitacional para arrastrar al lector a la vorágine
                                                     de sus destinos.

                     Los más frecuentes, entre otros temas que se entretejen en las historias, son el
                  amor, el desengaño y la soledad, que se hibridan para jugar con el destino ciego

                  de los protagonistas, arrastrándolos tras un señuelo y otro para dejarlos, al final,
                  aturdidos por el desencanto y la lúgubre conciencia de haber llegado a un lugar que
                  ni el protagonista, ni mucho menos el lector, pudieron sospechar. Tras ese artificio

                  narrativo, aparece la tragedia. La tragedia del hombre que busca, en los demás o
                  en sí mismo, la felicidad y el amor, solo para encontrar al final los escombros de

                  una realidad soñada y perversamente imperfecta. Y es aquí donde el destino de los
                  personajes se mezcla de manera invasiva con el destino de los lectores, porque el
                  destino de estos, como el de todo hombre contemporáneo, no puede estar libre de
                  ese signo trágico de sentir que su existencia es imperfecta.
                     En el cuento «Cenaremos en Madrid» —que da título al libro—, bajo el cielo
                  amarillento de Huanchaco, el protagonista prepara su maleta de viaje para volar
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                  esa misma tarde a Lima y luego a España, donde lo esperan su esposa y su hijo,
                  con la promesa de reencontrarse después de varios años y cenar juntos en Madrid.
                  Entre el relampagueo de los recuerdos y los mensajes que requieren su presencia
                  al otro lado del mundo, la historia se desarrolla sin contratiempos hacia un final

                  aparentemente feliz. Sin embargo, cuando va al muelle de Huanchaco a despedirse
                  de su terruño, lo golpea la nostalgia y decide mandar al diablo la cena de Madrid y
                  cortar todo vínculo con su familia. Luego arroja su pasaporte a las aguas del océano
                  Pacífico, mientras «una muchacha viene corriendo a su encuentro».

                     En  «Chicha»,  encarnado  en  Artemio,  se  pone  de  manifiesto  ese  salvajismo

                  primitivo que aún sobrevive, o que resucita quizás, entre las más disímiles sociedades
                  de nuestro tiempo. En una pelea callejera, en un poblado sin nombre, Artemio mata
                  a un hombre, y cuando Antuca lo recrimina, él le cercena una oreja y se oculta en
                  el cañaveral. A pesar de todo, Antuca, quien conoce su escondite, llega hasta él con
                  una vianda de cuyes fritos y una botella de chicha. Artemio, después de la comida,
                  bebe la chicha, que distiende su cuerpo y lo adormece. En ese estado no puede
                  sentir que lo envuelven las llamas de fuego que vienen del cañaveral, el cual alguien
                  ha incendiado. «Se había quedado dormido soñando con Antuca [su madre] que,
                  todavía niño, viéndolo llorar, le tendía sus brazos» (p. 20).
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