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Especial: Marco Martos Carrera
Biblioteca
No necesito leer todos los libros
que he ido acumulando por años.
Me basta mirarlos con afecto
y escoger uno por azar venturoso.
Los otros parece que sonríen
y una conversación silenciosa
se inicia.
Quevedo está al lado de Góngora.
Les ha tocado compartir mis afectos.
Una carátula de cartón los separa.
Antes vivieron en la misma casa,
verdad que en años diferentes.
La sotana de Góngora tenía manchas
de grasa y la pelliza de Quevedo
un rojo concho de vino como un mapa.
En un duelo de insultos Quevedo llevó la palma.
En otro de cartas, Góngora era el rey,
el dueño del garito. Ambos eran melifluos
con la gente de la corte que les devolvía,
ya se sabe, carantoñas a veces
y en otras aire gélido.
Pero el tiempo que estuvieron solos,
renegando contra el mundo,
o uno del otro, se dieron maña
para escoger las mejores palabras
castellanas, las más precisas
en el momento justo.
Ahora están cerca, se dan tapa con tapa, 51
nudo con nudo y hasta parecen amigos,
dos floretistas sin careta, sonriendo
en un momento de descanso.
Uno sueña con Galatea,
el otro con Maritornes.
Beben su copa de vino
lenta, lentísimamente.
Apago las luces y ellos siguen
hablando en el fondo de la biblioteca.
Del libro El mar de las tinieblas (1999)