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Poesía de los ochenta


                  una ciudad llena de desigualdades y conflictos sociales. El primer poema,  «Cartas para Eva», nos

                  dice: «Llegué a la orilla del mar como estaba previsto / y me han crecido raíces, / desde todos los
                  nervios. / Y la niebla de Lima se posó en mis cabellos negros […] y estoy enfermo / Enfermo de toda
                  esta ciudad de mercados y de plazas zoológicas / de músicas / y de brazos desesperados arañando

                  el vacío de los cielos» (p. 9). A lo largo del discurso del poemario se presentan las dificultades que
                  debe afrontar el yo poético para sobrevivir en un espacio adverso. Vemos así que los textos del libro
                  comienzan y terminan remarcando su condición de exiliado: «Pero esta ciudad es el humo y el sudor

                  ajeno y no me pertenece! […] Y tu lagartucho prefirió el exilio a sus áreas / de rosas y arenas» (p. 48).

                     Las referencias al pueblo natal y las palabras en quechua manifiestan los signos de añoranza y
                  desamparo: «… puedas responderme todavía ¿Cómo / curabas mi mal de ojos con sólo pepita de
                  catahuas / de una fiesta de San Juan» (p. 9). Pone énfasis en su condición de forastero: «¿En qué ama-

                  neceres estaremos siendo forasteros?/ […] ¿En qué forados de polvos negros y de arañas públicas /
                  tus Tapusqa ay! Tapusqita ay! / se apagarán ahora que el óxido de estas fábricas / y tristes músicas,
                  me están volviendo sordo?» (p. 14). «Forastero en tierras de óxido y líquen en los baños / patógeno
                  y solo / en  estructuras que hieden a humano y colindan con la asepsia» (p. 16).
                       Una tristeza profunda acompaña al migrante y se manifiesta constantemente: «Está amanecien-

                  do, Braulia. / Y es triste tocar en las cosas aquel frío olor a destierro / y es tan triste / despertar bajo
                  la niebla» (p. 39). De esta forma, el poeta siente que fuera del lugar de origen, todo es tristeza: «De
                  huir tanto de la minshulay se nos ha vuelto oscuro / Y en sus ojos hay profundidad y hay silencio /
                  Y más allá de Colasay tristeza!» (p. 40). El deseo de regresar al lugar de origen marca el paso del poe-
                  mario: «Gavilán, gavilán de orillas lejas / volvieras mejor por donde has venido / te aferrarás más
                  bien al agua sucia que te lavó/ de algún camino solo» (p. 16). Se suma a ello la alusión al ser amado
                  distante, y a veces, inalcanzable: «Por eso cuando me asaltan las palabras / me aferro a un papel
                  obscuro / y las escribo / para que un día algún correo / o algún viento las arrastren hacia ti» (p. 33).
                  La  realidad injusta de la época se desliza en la obra con la solidez que requiere la estructura poética.
                     El tono nostálgico, el desarraigo, la esperanza del retorno al pueblo y la ausencia del ser amado se
                  entrelazan armónicamente a lo largo del discurso poético. Por eso, Polvo de los caminos es uno de los
                  poemarios más recordados de la generación de los años ochenta. Esta obra se creó  bajo el ambiente

                  de las aulas sanmarquinas, lugar en donde confluyen todas las sangres de nuestro país.












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