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hasta la estratosfera: 252 cen- tenarios por cada 100.000 habi- tantes en Tierra de Celanova, el triple que Okinawa y 7 veces más que España
mencionada Okinawa, Sardinia (Italia), Loma Linda (Estados Unidos), Icaria (Grecia) y Ni- coya (Costa Rica). En el caso de Ourense no se puede obviar el despoblamiento acelerado de la España vaciada, y que tam- bién afecta a otras provincias envejecidas, como Soria, Za- mora o Lugo. Pero tampoco se puede negar que la larga vida de los abuelos orensanos tiene su propia idiosincrasia. Y me- rece un análisis detenido.
CÁNDIDA CONDE /83 años, Palmés: «Atiendo el bar y la tienda cuando no están mis hijos y así tengo la cabeza en- tretenida. Estoy porque quiero, nadie me obliga. Hago licor café como se hacía hace cien años. Todo natural. Hablo con unos y otros. Necesito hacer cosas, moverme. Si te jubilas y te que- das en casa sin hacer nada, te estancas y al final caes en- ferma. Como de todo sin abu- sar. Yo solo pido que la ‘cabeciña’ valga».
«Cien años es un número re- dondo, capta nuestra atención, pero no es el dato más impor- tante, ni mucho menos», señala Miguel Ángel Vázquez, médico geriatra, investigador de la lon- gevidad y presidente de la So- ciedad Gallega de Gerontología y Geriatría. «Hay muchísimos nonagenarios en Galicia. Gente que ha sobrepasado con cre- ces la esperanza de vida al nacer. Y que está en muy buenas condiciones, tanto fí- sicas como mentales y aními- cas. Eso es lo que resulta asombroso en el caso de Ou- rense, en concreto del interior rural, más allá de que son co- marcas que han sufrido la emigración de los jóvenes. Son ancianos que ves subi- dos a un tractor, manejando una desbrozadora de motor en su finca, caminando por el monte, atendiendo a sus vacas o detrás de un mostra-
dor... No están postrados. Cumplen muchos años; pero no es la cantidad, sino la calidad de esos años lo que marca la diferencia», explica Vázquez.
PEPE QUINTAS / 84 años, con su mujer, Josefa, Soutelo: «Soy agricultor. Me diagnosticaron párkinson hace unos años. Me tiemblan las manos y dormía mal de la preocupación. Pero el hijo de unos vecinos, que es agente forestal, me enseñó a hacer ejercicios de respiración y a relajarme dándome baños de bosque, como hacen los ja- poneses. Shinrin-yoku lo lla- man. Te mejora incluso la tensión. Todos los días salgo a caminar, recojo trozos de ma- dera para hacer cucharas, ara- dos... Y así, cuando no puedo dormir, pienso en las herra- mientas que voy a fabricar con la madera que recogí», cuenta Pepe. «Tenemos unos vecinos, un matrimonio joven: él es bom- bero y ella, enfermera. Tienen dos niños pequeños y nos los dejan cuando se van a trabajar. Les hago caldo, duermen la siesta...», dice Josefa.
El minifundio: parte de la expli- cación
Este fenómeno tiene un nombre científico: compresión de la morbilidad. Básicamente, con- siste en que se va demorando
la pérdida de autonomía hasta edades muy avanzadas. «Esta gente vive muy pocos años ‘malos’ en comparación con el resto de población anciana. Es un círculo virtuoso. Si llevas una vida saludable, activa, vives mejor más años. A veces es una cuestión de mentalidad, de ‘creérselo’... Si tengo 87 y me dicen que puedo llegar a los 100, hago cosas. Me planteo que igual tengo que pintar la co- cina, o cambiar de coche, o echarme novia», comenta el geriatra.
¿Cuál es el secreto? ¿Genes, buena alimentación, un estilo de vida tradicional? «Un poco de todo, porque detrás de la longevidad hay un cóctel de factores. Pero una de las carac- terísticas del medio rural oren- sano es la ausencia de estrés. Tiene su explicación. Hay mucho minifundio. Heredaba el primogénito o la primogénita porque, si se repartía entre los hijos, no daba para vivir. El que se quedaba tenía la superviven- cia garantizada. Eso disminuye el nivel de estrés. Los demás emigraban y se buscaban la vida. Hay orensanos por todo el mundo... Además, la tierra hay que trabajarla. Y la que más ha trabajado desde siempre es la mujer, que lo hacía en el campo y llevaba la casa. El hombre se iba al bar cuando se ponía el
(34 por cada 100.000).
CÉSAR IGLESIAS / 90 años, A Conchada: «Soy jubilado de Campsa. Tenemos un piso en Ourense, mi mujer y yo, pero preferimos estar aquí, en el campo. Esta es la casa donde me crie. Solo bajamos a la ciu- dad a por suministros. El otro día fui a que me renovaran el carné de conducir. Sin pro- blema. Somos los únicos que vivimos aquí todo el año. De vez en cuando pasa un ciclista y le damos agua y charlamos. En vacaciones sí que hay veci- nos. Cuido del bosque. Tengo mucho que podar. Siempre llevo una azada. O una hoz, para cortar zarzas. Cuando yo falte, lo van a sentir los cami- nos. También tengo mis patatas y mis lechugas. ¡Y mis cepas! Hago mi propio vino».
El Padrón Continuo del Instituto Nacional de Estadística conta- biliza 16.387 centenarios en nuestro país, que vive una au- téntica eclosión de hiperlonge- vos, pues su número se ha multiplicado por 20 en demo- cracia. Y es una tendencia im- parable. Según la Universidad de Washington, España será el país más longevo del mundo en 2040, superando a Japón y Suiza; y otras proyecciones apuntan a que el número de centenarios españoles podría sobrepasar los 220.000 en 2066.
Esto convierte a Ourense en un laboratorio demográfico de pri- mer orden, y prácticamente vir- gen, porque apenas ha dado tiempo a estudiarlo. De hecho, Ourense ni siquiera tiene la consideración de ‘zona azul’, como se conoce a las regiones del mundo más longevas: la
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Edición 861 - Del 7 al 12 de febrero del 2020
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