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tra otra salida diferente al entendimiento en-

            tre los partidos, o los colombianos por encima
            de ellos. Aclaraba que podía proponerlo, pues


            “viví fuera del país —escribe— mientras aquí
            se desarrollaba la más perturbadora crisis de

            nuestra existencia”. Por todos los sistemas se
            ha evitado que se tenga precisión y juicio claro

            sobre lo que sucedió en la etapa de La Violen-

            cia. Como había censura de prensa, y hay po-

            cos testimonios, con éstos no se podrá recons-
            truir el mal que se le hizo a Colombia.

                  Para Lleras, hay un documento de especial

            proyección, como es la carta de los juristas an-

            tioqueños, quienes señalan cuáles son los lími-
            tes del estado de sitio. Es un texto esclarecedor,

            sin desafíos, pero sus razonamientos no sufren

            ninguna cortapisa. Están dichas las precisiones

            jurídicas con severo poder exegético. Y ellas tie-
            nen que comprometer a los partidos a buscar un




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