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Como un hecho en el que para mí no cabía
asombro premonitorio, a los pocos meses de ini-
ciado el cuatrienio de 1958-1962, fue expedido
el Decreto por el cual el presidente Lleras Ca-
margo me nombró como su ministro de Fomen-
to. Como joven economista que no llegaba a los
30 años, este nombramiento me llenó, al lado de
los míos, de gran alegría. Para ellos era una cul-
minación familiar por cierto muy honrosa; pero
para mí, esta circunstancia me colocaba, por fin,
al lado del hombre cuya vida pública había ad-
mirado tanto desde los bancos de la escuela.
Ya no era sólo por los discursos con vibra-
ciones metálicas de su voz inconfundible, sino
también por las presentaciones en los Consejos
de Ministros, ante las Altas Cámaras. Una de
ellas, él ya la había presidido con prudencia y
tacto asombroso a sus 25 años de edad. Lo mis-
mo ocurrió en las academias de la inteligencia,
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