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do no se le teme a la muerte, y en cuanto a las

               ambiciones, la naturaleza sabiamente las mar-
               chita cuando ya no pueden satisfacerse”.

                     Quien había llegado a esa paz íntima, a esa

               quietud  espiritual,  desprendido  de  todo,  sin

               ambicionar nada, ejercía una magistratura mo-
               ral que no conoció límites. Su inagotable vida

               interior, el contacto con la naturaleza viviente

               de Goethe, la lectura de lo que no había leído

               y la relectura de las páginas que inflamaron su
               imaginación o modelaron su estilo en una exis-

               tencia dedicada durante más de cincuenta años

               a  escribir,  le  permitieron  juzgar  los  aconteci-

               mientos y los hombres con la autoridad de los
               profetas que trazaban el destino del pueblo, y

               advertir en muchas ocasiones sobre los peligros

               para la Patria que se apartaba, sin darse cuenta

               siquiera de ello, de lo que fueron los grandes
               elementos de la nacionalidad.




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