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ces los sindicatos de estibadores del río Magda-
lena. Como reacción, el primer mandatario le
planteó a la opinión nacional y a los dirigentes
sindicales la alternativa de saber en dónde es-
taban el poder y la dirección del Estado, si en-
tre las manos de los subversivos del río, o en el
palacio de los presidentes de Colombia. Desde
ese momento, decidí que algún día estaría cer-
ca de este hombre que me había impresiona-
do tanto y sacudido mi conciencia en forma tan
profunda. Pasaron los años: terminé mis estu-
dios universitarios en Bogotá; llegó la dictadura
militar, que concluyó en medio de formidables
discursos de Lleras Camargo, que como líder
de la oposición la fustigó desde los riscos de la
Universidad de los Andes, de donde bajó a la
llanura de la democracia para encabezar las le-
giones de ciudadanos inermes, principalmente
mujeres y jóvenes, que derribaron al dictador.
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