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nasio Moderno, que usted evocó brillantemen-

            te en sus palabras de hace pocos días, y donde
            la Ix Conferencia Panamericana se vio obliga-

            da a reunirse después de que la tea incendiaria

            destruyó a Bogotá en la tarde infernal del 9 de

            abril, “cuando contra el corazón de la Patria se
            asestó un cobardísimo golpe preparado con la

            alevosía más villana”, según la enérgica expre-

            sión de Laureano Gómez. El ex Presidente la

            vendió cuando decidió trasladarse a Chía, en
            el año 70 de su edad, cuando buscó y encontró

            “un sitio para retirarme del tremendo ajetreo

            que ha sido mi vida pública”, y en el apacible

            valle que riegan el río Bogotá y el río Frío, casi
            extinguidos  por  la  contaminación  ambiental,

            alejado como Cicerón en la campiña romana al

            comienzo de su senectute, pudo confesar que

            escribía sus memorias sin temor y sin ambición,
            porque “a mi edad no se le teme a nadie cuan-




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