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Gobierno. Su respuesta fue tajante: “díganle a
ese sujeto que cuando el Presidente de la Re-
pública tiene que enviarle algo a su hermano,
utiliza los servicios del correo, y no los de un
funcionario público en comisión oficial a la Ar-
gentina”. Y a su embajador, de tan grata recor-
dación en nuestra Universidad, Luis Córdoba
Mariño, lo urgía, poco antes de viajar a Buenos
Aires, para “que Felipe sepa desde el primer
momento que tú eres el jefe de la Misión diplo-
mática, y cuando su conocida bohemia se ex-
tralimite, por favor, no dudes en avisármelo de
inmediato”.
Vivió intensamente la gran trilogía barre-
siana: la tierra, la religión, los muertos. Se sen-
tía orgulloso de su ancestro catalán con mezclas
aragonesas, y en sus viajes a Barcelona, como lo
refiere en sus memorias, se sumergía en la guía
de teléfonos de la ciudad condal para identifi-
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