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tal, un poco infantil, como los franceses del

                     mediodía, que tanto han contribuido y con-
                     tribuyeron a la más alta exposición del es-

                     píritu francés.

                     Con  la  excepción  de  Laureano  Gómez,
               nadie  ha  tenido  algo  parecido  a  la  autoridad

               moral de Alberto Lleras. Ella se derivaba de su

               acendrado patriotismo, de su desinterés ceno-

               bítico, de su probidad sin límites, de la pureza
               de su vida, del desdén por los bienes tempora-

               les, que incluía algo del repudio hacia el poder

               y la influencia corruptora de lo que Papini lla-

               maba el estiércol del demonio. Un editorial de
               Alberto Lleras, sin firma, que resultaba inne-

               cesaria, pues el estilo delataba al autor, de los

               que ocupaban toda la columna editorial de El

               Tiempo en aquellas épocas, cambiaba el rumbo
               de los acontecimientos. Recuerdo  una  página

               suya en la cual trajo a colación que la indemni-




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