Page 44 - carlos llerasl
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el involuntario estallar de su propio inge-

                  nio. Salíamos al amanecer, cuando tembla-
                  ba de frío el preanuncio del alba sobre los

                  cerros de azul nocturno, caminando y ha-

                  blando por las calles vacías, en el escándalo

                  de un silencio hecho pedazos por nosotros,
                  entre versos, frases, citas y risas, hasta los si-

                  tios secretos en que, a ciertas señales, se nos

                  abrían las puertas de las panaderías israeli-

                  tas, y con ellas, una bocanada del santo olor
                  de esos talleres, como los nuestros, noctur-

                  nos, indispensables y fragantes.

                  Y concluye diciendo que “hay otros como
            yo, para quienes la muerte de Téllez es un ínti-

            mo, inacabable desastre”.

                  Así como el señor Suárez concibió la doc-

            trina del respice polum para encarecer “la nece-
            sidad de mirar hacia el poderoso norte, desean-

            do que la América latina y la América sajona




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