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presencia—, y es su nota necrológica de Her-

               nando Téllez:

                        Al término de nuestras tareas, bien pa-
                     sada la medianoche, bajábamos al taller a

                     vigilar el proceso último de nuestra tarea,

                     la corrección de pruebas, la invertida arma-

                     da de los lingotes, el episodio aplastante de
                     la matrización y el de la fundición. Caían

                     los chorros de plomo como pequeñas cas-

                     cadas de plata, hasta formar la lámina cur-

                     va, semejante a una silla metálica de montar,
                     y  luego  la  fresa,  vagamente  odontológica,

                     cantaba su devastadora canción, hasta que

                     se precipitaba por fin el gran tumulto de la

                     rotativa. Y eso, noche tras noche; en el ta-
                     ller que olía a tinta, a libro, a gloria. Téllez y

                     yo estábamos siempre juntos, envueltos en

                     una conversación inacabable, salpicada con

                     las carcajadas homéricas con que saludaba



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