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Consciente de que la Constitución otorga

            al Presidente de la República la dirección de las
            relaciones internacionales, no permitió ningún

            género de presiones. Cuanto más arreciaba la

            campaña del ospinismo, socio en la coalición

            gubernamental en los dos últimos años de su
            gobierno, más firme era su voluntad de mante-

            ner las relaciones de Colombia con Cuba. Un

            día, era el editorial de Silvio Villegas, escrito en

            la admirable prosa grecocaldense del inolvida-
            ble Leopardo; otro, la nota, erudita como todas

            las suyas, de mi profesor en los claustros rosa-

            ristas, Alfredo Vásquez Carrizosa. Pero el Pre-

            sidente se mantenía firme.
                  A comienzos de diciembre de 1961, en un

            frenético discurso, el comandante Fidel Castro

            ofreció en bandeja de plata las relaciones con

            Colombia. Había llegado la hora de la ruptura.
            Con la frialdad y el aplomo del estadista, con-




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