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decisión presidencial, y lo más prolongado de
aquél fue la explosión de solidaridad política
y respaldo de su canciller de 1945, en ese mo-
mento ministro de Gobierno, Fernando Lon-
doño y Londoño.
Permítanme una digresión: me he referido
a Alberto Lleras como un escritor prodigioso,
el más importante de su generación, según el
autorizado juicio de García Márquez. Para mu-
chos, la república de las letras perdió lo que el
país y el continente ganaron: un estadista como
él, quien dejó suficientes páginas, consideradas
algunas como estelares en la literatura colom-
biana. Hay una que para mí tiene honda rai-
gambre agustiniana, y me transporta al libro
Iv de las Confesiones —donde el genio de san
Agustín estructura una teoría de la amistad, a
propósito de la muerte de un cercano amigo y
compañero, con fundamento en la permanente
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