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bre de acción, a través de una doctrina. Nunca
se ciñó al pragmatismo, que desconoce princi-
pios, arrasa con conductas morales, cede o ne-
gocia la ley, se somete al fuerte, aun cuando su
poderío nazca del crimen. Conceptuó que las
colectividades partidistas reciben la personería
del pueblo. Deben de estar al servicio de éste.
No pueden intentar ser sus amos. “Es que los
partidos forzosamente canalizan y defienden la
división inexorable del pensamiento, y sólo así,
conservándola, dan aire y alimento a la llama de
la libertad”. Con una tarea esencial, como es la
de que sus ideas, y los actos u obras que éstas
determinan, convenzan a los enemigos.
Además, al partido no lo debe dirigir ni
una élite de notables, ni un “prócer iluminado
y despótico”. Su función es servirle a todos y
que, igualmente, todos le puedan colaborar en
su dirección. Que no haya abuso ni de la inteli-
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