Page 29 - Gaceta Punto y Aparte covid 19
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HISTORIAS QUE DUELEN.
   Sin saludar, el hombre empujó la puerta y entró. Con ademanes sigilosos se
   sentó en el pequeño y ruinoso sillón de la sala. Teodora, su mujer, con pelo
   pajoso estaba empinada sobre la pequeña mesa limpiando frijol negro. Los
   guisantes eran granos cenizos por la edad y los gorgojos. Sabía que era su
   marido quien había entrado, por eso, quizás, ni siquiera regresó a verlo.  Sin
   dejar sus ocupaciones, habló desde ahí.
    -¿Cómo te fueɁ.
   Reinaldo suspiró hondo y se tomó su tiempo para sacarse los zapatos. Apenas
   y su voz fue un murmullo.
    -Mal. Me quedó casi todo. La gente no compra nada.
   Ella movió la cabeza y pujó sin voltear. El marido no supo si la expresión fue
   de desaprobación o simplemente se compadecía de la desventura. Teodora
   cambió el tema. Quizás ya no quería seguir hablando de algo que se les había
   convertido en un callejón sin salida. Si salían a trabajar se podían contagiar y
   si se quedaban encerrados, los arrinconaba el hambre. Para ellos, ambas cosas
   eran trágicas.
   -Ah… Oye hace rato vino la comadre Chucha.
   La mujer se levantó, sopló las basuras y juntó el frijol en un tazón de plástico
   amarillo.  Dejó sobre la mesa el recipiente y salió al patio para poner una olla
   sobre un anafre que humeaba.  Siguió hablando mientras soplaba el carbón
   que destellaba chispajos.
   - Al según, quería dinero. Dizque a su hermano Josué se lo llevaron al
   hospital. Que el señor está muy mal. Que ella solo tenía doscientos pesos.
   ¡Pobre!
   El marido suspiró. Ya tenían muchas penurias como para pensar en otros
   problemas. Sin embargo, preguntó.
    -¿Qué es lo tiene su hermano? ¿Qué le dijiste?
   Ella volvió y vertió un poco de agua en el recipiente de plástico. Con habilidad
   enjuagó los granos con ruidos duros. Luego arrojó el agua al patio y después
   los frijoles lavados los vació en la olla.
    -Pos que le voy a decir. Que no tenemos ni para comer. Pero me dijo que el Josué
   ya no podía ni respirar. Creo que se enojó conmigo. La entiendo un poco pues es
   su hermano pero a mi quien me entiende.
   Reynaldo se quedó mudo, inmóvil, sin ganas de hablar. Allá lejos se oyó el rugir
   estruendoso de un tracto camión. Quizás se había atorado en las vías del tren. Las
   paredes estaban lisas, desnudas, sin nada, excepto una imagen descolorida, vieja y
   triste de la virgen de Guadalupe. Teodora volteó a ver al marido con reproche.
    -y tú que no te cuidas. Ahí dejaste el cubre bocas. ¡Te vale!
   Él se rascó una oreja. El cartílago estaba morado, casi negro, posiblemente
   por andar expuesto al sol durante todo el día. Sin ganas, se quiso justificar.

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