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podríamos llamar "el problema Allende", fue uno de los que más me obsesionaron.
Eran varios los enigmas que quería dilucidar, pero sobre todo estos dos: ¿lo había
querido en alguna oportunidad?, ¿lo quería todavía? Estas dos preguntas no se
podían tomar en forma aislada: estaban vinculadas a otras: si no quería a Allende,
¿a quién quería? ¿A mí? ¿A Hunter? ¿A alguno de esos misteriosos personajes del
teléfono? ¿O bien era posible que quisiera a distintos seres de manera diferente,
como pasa en ciertos hombres ? Pero también era posible que no quisiera a nadie y
que sucesivamente nos dijese a cada uno de nosotros, pobres diablos, chiquilines,
que éramos el único y que los demás eran simples sombras, seres con quienes
mantenía una relación superficial o aparente.
Un día decidí aclarar el problema Allende. Comencé preguntándole por qué se
había casado con él.
—Lo quería —me respondió.
—Entonces ahora no lo querés.
—Yo no he dicho que haya dejado de quererlo —respondió.
—Dijiste "lo quería". No dijiste "lo quiero".
—Haces siempre cuestiones de palabras y retorcés todo hasta lo increíble —
protestó María—. Cuando dije que me había casado porque lo quería no quise decir
que ahora no lo quiera.
—Ah, entonces lo querés a él —dije rápidamente, como queriendo encontrarla
en falta respecto a declaraciones hechas en interrogatorios anteriores.
Calló. Parecía abatida.
—¿Por qué no respondes? —pregunté.
—Porque me parece inútil. Este diálogo lo hemos tenido muchas veces en forma
casi idéntica.
—No, no es lo mismo que otras veces. Te he preguntado si ahora lo querés a
Allende y me has dicho que sí. Me parece recordar que en otra oportunidad, en el
puerto, me dijiste que yo era la primera persona que habías querido.
María volvió a quedar callada. Me irritaba en ella que no solamente era
contradictoria sino que costaba un enorme esfuerzo sacarle una declaración
cualquiera.
—¿Qué contestas a eso? —volví a interrogar.
Ernesto Sábato 51
El tunel