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la casa de Allende. Lo curioso es que no recuerdo los hechos intermedios. Me veo
sentado en los muelles, mirando el agua sucia y pensando: "Ahora tengo que
acostarme" y luego me veo frente a la casa de Allende, observando el quinto piso. ¿
Para qué miraría? Era absurdo imaginar que a esas horas pudiera verla de algún
modo. Estuve largo rato, estupefacto, hasta que se me ocurrió una idea: bajé hasta
la avenida, busqué un café y llamé por teléfono. Lo hice sin pensar qué diría para
justificar un llamado a semejante hora. Cuando me atendieron, después de haber
llamado durante unos cinco minutos, me quedé paralizado, sin abrir la boca. Colgué
el tubo, despavorido, salí del café y comencé a caminar al azar. De pronto me
encontré nuevamente en el café. Para no llamar la atención, pedí una ginebra y
mientras la bebía me propuse volver a mi casa.
Al cabo de un tiempo bastante largo me encontré por fin en el taller. Me eché,
vestido, sobre la cama y me dormí.
XXII
DESPERTÉ tratando de gritar y me encontré de pie en medio del taller. Había soñado
esto: teníamos que ir, varias personas, a la casa de un señor que nos había citado.
Llegué a la casa, que desde afuera parecía como cualquier otra, y entré. Al entrar
tuve la certeza instantánea de que no era así, de que era diferente a las demás. El
dueño me dijo:
—Lo estaba esperando.
Intuí que había caído en una trampa y quise huir. Hice un enorme esfuerzo, pero
era tarde: mi cuerpo ya no me obedecía. Me resigné a presenciar lo que iba a pasar,
como si fuera un acontecimiento ajeno a mi persona. El hombre aquel comenzó a
transformarme en pájaro, en un pájaro de tamaño humano. Empezó por los pies: vi
cómo se convenían poco a poco en unas patas de gallo o algo así. Después siguió la
transformación de todo el cuerpo, hacia arriba, como sube el agua en un estanque.
Ernesto Sábato 57
El tunel