Page 59 - Microsoft Word - El T.nel - Ernesto S.bato.doc
P. 59

No recuerdo  ahora las  palabras exactas de aquella  carta,  que  era muy  larga,

                    pero más  o  menos  le  decía que me perdonase, que  yo  era una basura, que  no
                    merecía su amor, que estaba condenado, con justicia, a morir en la soledad más

                    absoluta.
                       Pasaron días atroces, sin que llegara respuesta. Le envié una segunda carta y
                    luego una tercera y una cuarta, diciendo siempre  lo mismo,  pero cada vez con

                    mayor desolación. En la última, decidí relatarle todo lo que había pasado  aquella
                    noche que siguió  a nuestra  separación. No  escatimé detalle  ni bajeza,  como

                    tampoco  dejé de confesarle la tentación  de suicidio.  Me  dio vergüenza  usar  eso
                    como arma, pero la usé. Debo agregar que mientras describía mis actos más bajos

                    y la desesperación de mi soledad en la noche, frente a su casa de la calle Posadas,
                    sentía  ternura para conmigo mismo  y hasta lloré de compasión. Tenía muchas

                    esperanzas de que María sintiese algo parecido al leer la carta y con esa esperanza
                    me puse bastante alegre. Cuando despaché la carta,  certificada, estaba
                    francamente optimista.

                       A vuelta de correo llegó una carta de María, llena de ternura. Sentí que algo de
                    nuestros  primeros  instantes de amor volvería a  reproducirse, si no con la

                    maravillosa transparencia original, al menos con algunos de sus atributos
                    esenciales, así como un rey es siempre un rey, aunque vasallos infieles y pérfidos lo

                    hayan momentáneamente traicionado y enlodado. Quería que fuera a la estancia.
                    Como un  loco, preparé una  valija, una  caja de pinturas y corrí a la  estación

                    Constitución.










                                                           XXIV





                    LA ESTACIÓN  Allende  es  una  de esas estaciones de campo  con unos  cuantos

                    paisanos, un jefe en mangas de camisa, una volanta y unos tarros de leche.

                                                                                      Ernesto Sábato  59
                                                                                              El tunel
   54   55   56   57   58   59   60   61   62   63   64