Page 272 - Frankenstein
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mi querida Elizabeth era insuficiente para sa-
carme del abismo de mi desesperación. Pesaba
sobre mí la promesa que le había hecho a aquel
demonio, como la capucha de hierro que lleva-
ban los infernales hipócritas de Dante. Todas
las maravillas del cielo y de la tierra pasaban
ante mí como un sueño, y un único pensamien-
to constituía la realidad. ¿Es de sorprender,
pues, que a veces me invadiera un estado de
demencia, o que continuamente viera a mi alre-
dedor una multitud de repugnantes animales
que me infligían torturas incesantes y a menu-
do me arrancaban horribles y amargos chilli-
dos?
No obstante, poco a poco, estos sentimientos
se fueron calmando. De nuevo me incorporé a
la vida cotidiana, si no con interés; sí al menos
con cierto grado de tranquilidad.