Page 292 - Frankenstein
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vos horizontes en su vida. A menudo me excu-
saba, alegando compromisos anteriores, para
así no tener que acompañarlo, y poder perma-
necer solo. Comencé a recabar por entonces los
materiales que necesitaba para mi nueva crea-
ción, lo que me suponía la misma tortura que
para los condenados el interminable goteo del
agua sobre sus cabezas. Cada pensamiento de-
dicado al tema me producía una tremenda an-
gustia, y cada palabra alusiva a ello hacía que
me temblaran los labios y me palpitara el cora-
zón.
Cuando llevábamos unos meses en Londres,
recibimos una carta de una persona que vivía
en Escocia y que nos había visitado en Ginebra.
En ella se refería a la belleza de su país natal y
se preguntaba si esto no sería un motivo sufi-
ciente para que nos decidiéramos a prolongar
nuestro viaje hasta Perth, donde él vivía. Cler-
val estaba ansioso por aceptar la invitación; y
yo, aunque detestaba la compañía de otras per-
sonas, quería ver de nuevo riachuelos y monta-