Page 343 - Frankenstein
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siempre; y, aunque el sol brillaba para mí igual
que para aquellos cuyo corazón rebosara de
alegría, a mi alrededor no había más que densas
y temibles tinieblas, en las que la única luz que
penetraba la proporcionaban dos ojos clavados
en mí. A veces eran los expresivos ojos de Hen-
ry, apagados por la muerte, las negras órbitas
casi ocultas por los párpados, bordeados de
largas pestañas oscuras; otras eran los acuosos
ojos del monstruo, tal como los vi la primera
vez en mi cuarto de Ingolstadt.
Mi padre intentaba despertar en mí senti-
mientos de afecto. Hablaba de Ginebra, donde
pronto llegaríamos, de Elizabeth, de Ernest;
pero la mención de estos nombres sólo lograba
arrancarme profundos suspiros. Había veces en
que deseaba ser feliz, y pensaba con melancóli-
ca dicha en mi hermosa prima; o añoraba, con
una desesperada nostalgia, ver de nuevo el lago
azul y el veloz Ródano que tanto había querido
en mi juventud; pero mi estado general era de
apatía, y tanto me daba la cárcel como el más