Page 76 - Frankenstein
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tras yo, con infatigable y apasionado ardor,
perseguía a la naturaleza hasta sus más íntimos
arcanos. ¿Quién puede concebir los horrores de
mi encubierta tarea, hurgando en la húmeda
oscuridad de las tumbas o atormentando a al-
gún animal vivo para intentar animar el barro
inerte? Ahora me tiemblan los miembros con
sólo recordarlo; entonces me espoleaba un im-
pulso irresistible y casi frenético. Parecía haber
perdido el sentimiento y sentido de todo, salvo
de mi objetivo final. No fue más que un período
de tránsito, que incluso agudizó mi sensibilidad
cuando, al dejar de operar el estímulo innatural,
hube vuelto a mis antiguas costumbres. Recogía
huesos de los osarios, y violaba, con dedos sa-
crílegos, los tremendos secretos de la naturaleza
humana. Había instalado mi taller de inmunda
creación en un cuarto solitario, o mejor dicho,
en una celda, en la parte más alta de la casa,
separada de las restantes habitaciones por una
galería y un tramo de escaleras. Los ojos casi se
me salían de las órbitas de tanto observar los