Page 366 - Frankenstein
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tan precioso!; ¡qué tranquila y serena se mues-
   tra la naturaleza!
     Elizabeth trataba así de alejar nuestros pen-
   samientos de temas dolorosos. Pero su humor
   fluctuaba; había instantes en que los ojos le bri-
   llaban con alegría, pero ésta en seguida dejaba
   paso al ensimismamiento y la abstracción.
     El sol comenzaba a declinar. Cruzamos el río
   Drance  y  vimos  cómo  continuaba  su  curso  por
   entre los barrancos y vallecillos de las colinas.
   Aquí los Alpes se acercan bastante al lago, y
   poco a poco nos fuimos aproximando al anfitea-
   tro de montañas que lo cercan por el lado este.
   El campanario de Evian brillaba recortado so-
   bre  el  oscuro  fondo  de  bosques  que  rodean  la
   ciudad, custodiada por la cordillera de altas
   cumbres.
     Al anochecer, el viento, que hasta entonces
   nos había empujado con asombrosa rapidez, se
   tornó en una suave brisa que apenas ondulaba
   las aguas y movía los árboles suavemente. Nos
   acercábamos a la orilla desde la que nos llegaba
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