Page 379 - Frankenstein
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hubo momentos en que lo vi estremecerse,
   otros en que su rostro denotaba un vivo asom-
   bro, exento de escepticismo.
     Al concluir mi relato, dije:
     ––Este es el ser al que acuso, y en cuya deten-
   ción y castigo le ruego ejerza su máxima auto-
   ridad.  Es  su  deber  como  magistrado,  y  creo  y
   espero que sus sentimientos como hombre no
   rehusarán cumplir con él en esta ocasión.
     Estas últimas palabras provocaron un sensible
   cambio en la expresión del magistrado. Había
   escuchado mi relato con ese tipo de credulidad
   que producen las narraciones de fantasmas y
   sucesos sobrenaturales; pero cuando le requerí
   que actuara de forma oficial, volvió a descon-
   fiar. Sin embargo, me respondió templadamen-
   te:
     ––Con gusto le ayudaría en lo que me fuera
   posible; pero el ser de quien usted me habla
   parece estar dotado de unos poderes que harían
   inútiles todos mis esfuerzos. ¿Quién puede per-
   seguir a un animal capaz de atravesar el mar de
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