Page 131 - Vuelta al mundo en 80 dias
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Nada más sencillo, a la verdad; y tan sencillo, por cierto, que Fix y Picaporte sentían su
corazón latir hasta romperse.
Se esperaba el silbido convenido, cuando resona-ron de repente unos gritos salvajes,
acompañados de tiros que no procedían del vagón ocupado por los due-listas. Los disparos
se escuchaban, al contrario, por la parte delantera y sobre toda la línea del tren; en el
inte-rior de éste se oían gritos de furor.
El coronel Proctor y mister Fogg, con revólver en mano, salieron al instante del vagón, y
corrieron ade-lante donde eran más ruidosos los tiros y los disparos.
Habían comprendido que el tren era atacado por una banda de sioux.
No era la primera vez que esos atrevidos indios habían detenido los trenes. Según su
costumbre, sin aguardar la parada del convoy, se habían arrojado sobre el estribo un
centenar de ellos, escalando los vagones como lo hace un clown al saltar sobre un caballo al
galope.
Estos sioux estaban armados de fusiles. De aqui las detonaciones, a que correspondían los
viajeros, casi todos armados. Los indios habían comenzado por arrojarse sobre la máquina.
El maquinista y el fogone-ro habían sido ya casi magullados. Un jefe sioux, que-riendo
detener el tren, había abierto la introducción del vapor en lugar de cerrarla, y la locomotora,
arrastrada, corría con una velocidad espantosa.
Al mismo tiempo los sioux habían invadido los vagones. Corrían como monos enfurecidos
sobre las cubiertas, echaban abajo las portezuelas y luchaban cuerpo a cuerpo con los
viajeros. El furgón de equipa-jes había sido saqueado, arrojando los bultos a la via. La
gritería y los tiros no cesaban.
Sin embargo, los viajeros se defendían con valor. Ciertos vagones sostenían, por medio de
barricadas, un sitio, como verdaderos fuertes ambulantes llevados con una velocidad de
cien millas por hora.
Desde el principio del ataque, mistress Aouida se había conducido valerosamente. Con
revólver en mano, se defendía heroicamente; tirando por entre los cristales rotos, cuando
asomaba algún salvaje. Unos veinte sioux, heridos de muerte, habían caído a la vía, y las
ruedas de los vagones aplastaban a los que se caian sobre los rieles desde las plataformas.
Varios viajeros, gravemente heridos de bala o de rompecabezas, yacían sobre las banquetas.
Era necesario acabar. La lucha llevaba diez minu-tos de duración, y tenía que tenninar en
ventaja de los sioux si el tren no se paraba. En efecto, la estación de Fuerte Kearney no
estaba más que a dos millas de dis-tancia, y una vez pasado el fuerte y la estación
siguien-te, los sioux serían dueños del tren.
El conductor se batía al lado de mister Fogg, cuan-do una bala lo alcanzó. Al caer exclamó: