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Entonces Carlos aprovechó la situación para meterse la mano en el bolsillo y sacar
un cigarrillo. María le ofreció el mechero. Lo encendió pausadamente y, tras varias
caladas, empezó a contarnos:
—Como veis, chicos, María y yo también fumamos. Bueno, en realidad, yo fumo un
poquito más que ella, uno de vez en cuando. ¡Eso no es fumar! No habíamos
fumado con vosotros todavía porque sabemos que no os gusta.
—Yo fumo muy poquito, ¿eh? Me ofrecieron este verano en el camping y, claro, no
iba a decir que no. Además, he notado que incluso me relaja un poco —se justificó
María ante sus amigos.
—¿Queréis una calada? —preguntó Carlos.
—NO —respondí enfadado.
—No sé por qué no lo pruebas, Sergio, no pasa
nada —insistió.
—¡NO y punto! —volví a contestar. Además,
no tengo por qué darte explicaciones.
—Tú te lo pierdes. ¡Fumar mola!,
¿verdad, María?
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