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—A ver, que llevo toda la vida viendo fumar a mi padre, que ya sé lo que hay que hacer.
Carlos dio la primera calada, luego se lo pasó a María y, por último, a Ruth.
Nuestras miradas se centraron en ella. Dispuesta a
demostrarnos lo fácil que era, dio una calada tan fuerte que se
atragantó enseguida y tuvimos que darle varias palmaditas
para que dejara de toser. Todos nos reímos por la cara que
puso.
—No es tan fácil, no. Cof, cof, cof. Será cuestión de práctica —
dijo.
Así fue como entre el descampado y la
caseta pasamos el curso y llegó el verano.
Lo peor del verano era que dejábamos de
vernos durante casi tres meses. Al principio
siempre intentábamos quedar, pero casi
nunca lo conseguíamos. Luego, como nos
cansábamos de intentarlo, desaparecíamos
del mapa hasta que en septiembre
volvíamos al cole o al insti.
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