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No habían pasado ni diez minutos desde que Carlos apagó su cigarrillo hasta que volvió a
encender el siguiente. Dio una calada, se lo pasó a Ruth, y ésta nos ofreció:
—¿Alguien quiere una caladita?
—¡Que NO! —dijimos Javito, Julia, Raquel y yo.
No les dimos tiempo para que nos preguntaran el por qué. Nos miramos, contamos hasta
tres en silencio y exclamamos:
—¡NO y punto!
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