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Nueve Mujeres: Liderazgos que Inspiran
  porque veía al país muy atrasado y cada vez que podía postergaba el plantearse la posibilidad de un regreso definitivo. Pero su papel de madre fue más fuerte y luego de meditarlo mucho con su marido, decidieron lo inevitable, pero sólo por sus hijos, la mayor, hija de su primer matrimonio; Rodrigo, arquitecto y creador de la casa donde vive Vivianne Blanlot en Chicureo y el menor, Sebastián, artista, compositor de música.
Al ganar el “No”, en el plebiscito, comenzó a crecer la presión por regresar hasta que lo hicieron en 1990. “Yo volví a contrapelo, me gustaba todo lo que existía en Washington, mi casa, mi rutina, mi trabajo, mis viajes, la gente con la que me relacionaba, todo, la vida para mis hijos. En cuanto a mí, sabía que tendría que volver a empezar una carrera profesional, que nadie valoraría mi experiencia. Sin embargo, si bien al principio fue súper duro, nunca me arrepentí”.
Lo que amortiguó en parte ese desarraigo fue que muchos de sus amigos también regresaron. “A las mujeres les costó más que a los hombres; ellas reclamaban por cosas prácticas, que el polvo, que la contaminación, que los trámites lateros. Todo eso a mí me tenía sin cuidado, lo que sí me impresionó fue el nivel de machismo que encontré de regreso a Chile, algo que no terminaba de entender, porque antes de mi partida tenía la idea de que éramos un país súper liberal, pero estaba equivocada. Siempre fuimos un país machista, pero yo nunca lo viví, ni con mi padre, ni en el colegio, ni en la universidad”.
Cuando ingresó al sector público comprendió que la realidad era muy distinta, porque “el hombre chileno vive compitiendo entre sí por el poder y por la supremacía y en el sector público se agrega la competencia por el tema político”.
Todo lo anterior era agravado porque gran parte de la vida laboral de Vivianne Blanlot había transcurrido en el extranjero. No sabía cómo trabajar en Chile. Ella era muy estructurada, porque en Estados Unidos lo son. Allá cada persona conocía los parámetros dentro de los que actuaba y nadie ponía en duda su capacidad intelectual ni profesional y siempre primaba la meritocracia.
Llegar a Chile y desempeñarse aquí fue el caos total. Si bien en la administración pública el rol de los asesores se definía por contrato, estos en la práctica eran súper nebulosos y todo era disputarse territorios, algo que ella define como excesivamente chocante, desagradable, aburrido y ajeno a su estilo. “Ese 30 por ciento que dicen que los hombres ganan más que las mujeres, me lo descontaron, no de dinero, sino que desde el punto de vista profesional cuando llegué y tuve que aceptarlo y bancármelo”.
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