Page 20 - NUEVE MUJERES, LIDERAZGOS QUE INSPIRAN
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Nueve Mujeres: Liderazgos que Inspiran
   LA MADRE
Soledad Alvear esperaba
un milagro, después del horrible accidente en moto que sufriera su hijo mientras ella ejercía como ministra de Relaciones Exteriores.
Fueron meses de angustia permanente, entre la vida de su hijo y la inminente invasión de Estados Unidos a Irak. Famosa, por lo valiente, fue
su intervención en la ONU para evitar la guerra, celebrada y recordada por una mayoría de los países miembros del Consejo de Seguridad.
EL DESPERTAR
Y el milagro se cumplió una noche cualquiera, luego de decenas de cadenas de oración, mientras ella sostenía la mano de su hijo que parecía muerto. Pero la segunda parte de la tragedia no se haría esperar: la recuperación fue lenta y difícil. Finalmente Carlos Alberto Martínez Alvear dejó atrás ese capítulo y hoy es padre de dos hijos y un exitoso empresario. El valor de la fe, dice Soledad.
idea avanzara y se instalara por mucho tiempo en su mente, ya que esa posibilidad también la angustiaba: Chile la necesitaba y, en definitiva, el mundo también. Pero, tal vez para exorcizar ese pensamiento, al menos debía admitirlo, porque la tentación era fuerte.
Avanzaba la noche y en la habitación reinaba un silencio sepulcral. A lo lejos se oía una que otra bocina, que cruzaba en sordina los gruesos vidrios del ventanal y que llegaba a sus oídos bastante apagada, casi como un eco que le recordaba que, pese a todo, la vida seguía su curso, más allá de Manquehue con Vitacura, más allá de la clínica donde yacía su hijo desde hacía semanas. Extenuada, comenzó a hundirse en un sueño tan profundo y radical que no lo podía controlar. Así y todo despertaba a saltos, con la conciencia nublada, sin saber si todavía venía en el avión de regreso a Santiago, si iba hacia Nueva York, si era otra turbulencia, si estaba en la clínica o en su cama.
Cada vez que volvía a la vigilia se apresuraba a apretar la mano de Carlos Alberto. Tenía la ilusión de que mientras más lo hiciera, el joven le respondería de la misma manera.
Lo había hecho ya mil veces desde el accidente. Debía perseverar, porque sabía que aquello estaba profundamente grabado en el inconsciente de su hijo. Cuando era chico y, junto a sus otros dos hermanos, lo llevaba al dentista, le pasaba su dedo índice para aminorar el miedo a la extracción o a la obturación. Para que no gritara o se levantara del sillón le enseñó a descargar el temor en las manos de su madre.
De pronto sintió una suave respuesta, una tenue presión y en un instante salió de su letargo. Con desconfianza volvió a insistir, buscando una respuesta más definitiva para eliminar cualquier espejismo, y a los pocos segundos lo confirmó. Una corriente eléctrica le recorrió el cuerpo, en
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