Page 257 - NUEVE MUJERES, LIDERAZGOS QUE INSPIRAN
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Nueve Mujeres: Liderazgos que Inspiran
atómica Turquoise, un poderoso artefecto de 84 kilotones.
El mundo estaba en ebullición, pero no sólo Europa y Estados Unidos. Los efectos de la Guerra Fría también habían llegado a Chile, algo distorsionados, disfrazados, aunque igual de violentos y, como siempre, tardíos. El Gobierno militar del general Augusto Pinochet era una expresión de aquello.
A 10 años del golpe que destituyera al Presidente Salvador Allende, ese Gobierno enfrentaba un grave descontento ciudadano porque la economía del país era explosiva: Chile vivía uno de los peores momentos de su historia desde la Depresión de 1930, debido a un conjunto de situaciones. Alguna de ellas, la recesión mundial de 1980; la excesiva dependencia del mercado externo; la sobrevaluación del peso y las altas tasas de interés reinantes. La combinación de todos esos elementos desembocó en un escenario muy negativo, donde el Producto Interno Bruto (PIB) caía en menos del 14 por ciento y el desempleo se elevaba al 24 por ciento. El Gobierno se veía obligado a adoptar una serie de medidas inesperadas, como intervenir bancos, y licitar empresas estatales de la magnitud de Chilectra y la Compañía de Teléfonos.
La crisis social y económica por la que atravesaban los chilenos se mezclaba con el miedo al holocausto nuclear, al que se referían todas las noches los noticieros de televisión. Era un cóctel letal.
A un mes y medio de que Reagan anunciara la Guerra de las Galaxias, el 11 de mayo de 1983, la periodista y, luego publicista, Ximena Abogabir Scott, de 34 años, presionaba hasta el fondo el acelerador de su automóvil para avanzar lo más rápido posible por las ya desiertas calles de un Santiago de Chile frío y otoñal para llegar a tiempo a su casa y sumarse al concierto de cacerolas. Había trabajado hasta tarde, como siempre, pero esta vez tenía que llegar a tiempo. Estaba muy entusiasmada y se había preparado durante semanas para el evento, lo había soñado, acariciado e imaginado mil veces, porque nada en el mundo le molestaba tanto como la falta de libertad, al punto que apenas comenzó a golpear las tapas de sus mejores ollas sintió una inexplicable sensación de alivio. Al fin, después de 10 años, podía expresarse.
“Desde niña los abusos de poder me perturbaban profundamente y rechazaba hasta las lágrimas toda forma de violencia. Durante ese período del Gobierno militar, mis compañeros de periodismo de la Universidad de Chile y de la Asociación de Universitarios Cristianos a la que pertenecí durante mucho tiempo, fueron objeto de una persecución brutal y mi mejor amiga vivía en la clandestinidad, luchando activamente por la recuperación de la democracia”, expresa con vehemencia.
La palabra obediencia jamás formó parte de su amplio vocabulario. Su padre,
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