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Nueve Mujeres: Liderazgos que Inspiran
  La primera alianza realizada en ese sentido, a mediados los 90, fue con la empresa Shell, que, debido al cambio de paradigma impulsado por la Cumbre de Río, ya había comenzado a trabajar en el área de la responsabilidad social desde su casa matriz.
Debido a sus contactos con el sector privado, un día se comunicó con ella la plana mayor de Shell Chile, porque había recibido de la central de Londres el insólito mandato de “relacionarse con la comunidad”. El grupo directivo acudió a Casa de la Paz en busca de una respuesta. “¿Cómo se hace?; ¿Quién es la comunidad?”, eran alguna de las preguntas que realizaban altos ejecutivos. “Nosotros sabemos distribuir combustibles, pero no relacionarnos con personas a quienes no conocemos”, expresaban con un cierto dejo de desesperación.
La presidenta de Casa de la Paz les aseguró que estaban en el lugar adecuado y que la institución serviría de puente, de nexo, entre la multinacional y las comunidades vecinas, abordando los prejuicios existentes entre ambos lados. El proyecto consistía en construir un área verde, que terminó con los gerentes, pala en mano, ayudando en las tareas de forestación en la villa “Los Industriales”, en pleno corazón de Puente Alto.
“Yo aprendí un montón de cosas de esa primera vez, cuando no existían prácticas de relaciones colaborativas entre el sector privado y las organizaciones de la sociedad civil. Tenía la experiencia de que las cosas sí se pueden cambiar, cuando el proyecto es de mutuo beneficio. Lo más difícil, en estas circunstancias, es lidiar con la desconfianza. La presidenta de la Junta de Vecinos era la Sra. Mila, una viejita que todavía la recuerdo, muy flaquita, con un tremendo sentido de servicio y misión; la veo parada en un escenario, relacionándose con su comunidad, un tremendo apoyo para nosotros. ‘Vecinos, quiéranme, no me critiquen tanto’, les decía. Fueron surgiendo los problemas y los conflictos, pero ahí estábamos para redireccionarlos o transformarlos. La Shell quería plantar árboles, pero la comunidad prefería una multicancha, primer problema. Un grupo, llamado los Bad Ducks (Patos Malos), muchos de ellos saliendo de la cárcel por droga, nos dio a entender que cualquier cosa que hiciéramos la destruirían de inmediato. Logramos que la Shell le preguntara a la comunidad cómo querían hacerlo, porque es muy distinto relacionarse con las abuelitas que tejen debajo de una bugambilia, que hacerlo con los chiquillos que saltan en un skate por el cemento. Cuando les consultamos a los Bad Ducks si estaría bien plantar rosas blancas en un determinado lugar, se opusieron terminantemente porque ese era su lugar de reunión. He ahí el valor de actuar en conjunto con la comunidad. No querían plantas, querían una escultura de chatarra. Buscamos al artista, fuimos a una fundición, se hizo la obra y hoy todavía está en la villa. Finalmente y con esta flexibilidad y capacidad de adaptación para responder a las verdaderas aspiraciones y necesidades de los vecinos — y no lo que la gente de Shell o nosotros pensara
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