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Nueve Mujeres: Liderazgos que Inspiran
  la vida. Y de ser la última alumna en la sala, pasó a ocupar los primeros asientos y ya nunca más renegó de la Agronomía y todas las infinitas posibilidades que comenzó a ver en esa carrera.
María de la Luz Marín Spring no sabe exactamente qué la orientó hacia la vitivinicultura. Es verdad que su abuelo paterno, que murió muy joven, y que le dejó a su padre y tíos muchas deudas por su afición a las apuestas de caballo, tenía una pequeña bodega de vinos.
Y también el hecho de que su padre, que siempre fue su modelo a quien seguir, a la hora de almuerzo siempre tomaba media botella de vino. Jamás nunca dejó de beberse al menos dos copas y media todos los días.
Pero tal vez lo que más la impulsó fue su amor por el campo. Algo que se avenía bastante con su temperamento, algo melancólico, reservado, taciturno, de pocas palabras, muy reflexivo, nada de impulsivo, paciente hasta el extremo.
La familia era propietaria, desde siempre, de una parcela en Alto Jahuel, al lado de la Viña Santa Rita, pero cuando María de la Luz ya tenía 10 años, su padre, que era propietario de la conocida —en ese entonces—Colchonerías Marín y que, pese a ser un hombre de negocios respetable, tenía un innegable espíritu aventurero, vendió el predio para adquirir otro a ciegas, en la zona de Lo Abarca en un remate, porque, entre otras cosas, decían que en el lugar había entierros de oro de los indios de tiempos pretéritos. El sitio se ubicaba a siete kilómetros de Cartagena, una zona famosa por sus lechugas costinas crujientes, enormes; por sus hermosos paisajes otoñales; por sus lomajes suaves y delicados, por su clima algo extremo, pero por nada más...
A partir de los 11 años, Lo Abarca fue el refugio familiar. Su padre construyó una hermosa casa de modo que, de ahí en adelante, fue el panorama de los fines de semana, a lo que con el tiempo se agregó el gusto por la equitación. Fue un período maravilloso en la niñez, en que lo más importante de su vida escolar, primero en las Monjas Argentinas y luego en el Colegio San Gabriel, era viajar con su familia por los tortuosos caminos de tierra de aquella época para llegar y montar a Spring, que la aguardaba ansioso, un caballo de carrera inglés, con un pequeño defecto en una pata, pero con varios triunfos pasados en el Club Hípico, que le regaló su padre.
De ahí que él no podía entender el desagrado que le producía la carrera de Agronomía, porque él mismo veía su entusiasmo con la vida campestre.
Finalmente, la enología se transformó en la verdadera pasión de María de la Luz Marín, al punto que nunca olvidó lo que le dijo uno de sus profesores más queridos: “La vid es uno de los productos más nobles de la creación, que puede
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