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José Manuel Bermúdez Siaba
circunstancia dio lugar a que los pueblos gallegos se uniesen en hermandades,
formando tropas para luchar contra aquellas injusticias.
Por orden del rey Enrique IV fue constituida una hermandad de súbditos que
recorrió toda Galicia derribando castillos y levantando a los vasallos contra sus
señores, a quienes consiguieron vencer. Pero, posteriormente, los nobles se unie-
ron entre ellos para recuperar su estatus, derrotando esta vez a la Hermandad,
que no logró su objetivo final hasta que fue nuevamente creada por los Reyes
Católicos, quienes les concedieron la autoridad y prestigio suficiente para re-
ducir la obediencia a los ambiciosos señores. De esta hermandad formó parte
también la villa de Muros, que se unió a la ciudad de Santiago, al igual que la
villa de Noia, contando con la colaboración de algunos nobles que les juraron su
ayuda y protección.
Los vecinos de Muros y, sobre todo los habitantes de sus parroquias rurales,
tenían una tradición rebelde, eran conocidos como «Gente belicosa», como los
definió el cardenal Jerónimo del Hoyo. Esa actitud de los naturales de la comar-
ca era debida, probablemente, a la cercanía con Santiago, entrada a Galicia de
la mayoría de los movimientos comunales europeos a partir del siglo XII. Esta
pudo ser la razón de que las luchas entre los grandes y pequeños señores laicos
y eclesiásticos, así como arzobispos y caballeros, por el dominio de las jurisdic-
ciones rurales y urbanas de la tierra de Santiago, no habrían llegado a influir en
este Ayuntamiento. De hecho, la torre arzobispal de Muros, al igual que la de
Noia, no fue afectada por las «guerras Irmandiñas», como sí les ocurrió a las
de Santiago, Pontevedra o Padrón.
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